lunes, 23 de septiembre de 2013

FILOSOFÍA LATINOAMERICANA
 
 
LECTURA  N°1
FILOSOFAR DESDE NUESTRA AMÉRICA
Horacio Cerutti Guldberg
1. ¿Pensar la realidad?
¿NO ES ésta una terminología perimida o, al menos, perturbadora para el/la lector/a? ¿A quién podría ocurrírsele retomar términos tan gastados (pensar y realidad), suavizados por el uso como los cantos rodados y con sus sentidos quizá mellados? ¿No supone este uso algo así como comprometer de entrada la vigencia de este proyecto, de conformidad con un anacronismo inaceptable? ¿No estamos acaso después de Kant, de Hegel, de Wittgenstein y del estructuralismo en plena posmodernidad?
A pesar de todo, reincidiré en términos tan traídos y llevados por fidelidad -en principio y por principio- a la tradición de la cual quiero partir. Aspiro a que estas nociones descarguen y recarguen sus sentidos, a que se vayan precisando y vayan mostrando su pertinencia a lo largo del trabajo. Si se me concede la gracia de utilizadas a título hipotético y sometidas al escrutinio atento del/la lector/ a, puedo proceder a mostrar a continuación cuál es la lógica que arquitectura esta sección.
El enunciado de este primer segmento de mi respuesta a la pregunta por la posibilidad a posteriori del pensar filosófico nuestroamericanista es atrevido, aunque no resulta de mi invención. Está gestado en la entraña misma de esta tradición. Tendré que mostrar su carácter programático, en tanto consigna y lema reiterados a su interior (apartado 2). Será la manera de colocarme en condiciones apropiadas para caracterizar la "realidad" de la que estamos hablando; aquélla a pensar. La cual es -a la vez y sin paradojas- toda la realidad y una parte eminente (en la que la totalidad se puede manifestar) de esa misma realidad (apartado 3). Para llevar adelante este cometido: pensar la realidad y colaborar en su construcción, es menester sortear un tremendo escollo al que denomino "ilusión de la transparencia". Esta ilusión incluye una dimensión antropológica: alguien piensa siempre situado. Este sujeto del pensar no piensa solo/ a ni para sí mismo/a. Son sujetos, en plural, y requieren de las otras y de los otros (apartado 4). Para vencer la ilusión es menester aceptar mediaciones. Las ciencias sociales y las disciplinas humanísticas se presentan como esas mediaciones privilegiadas para pensar la realidad en el contexto de nuestra América. Habrá que aclarar sus aportes o el modo en que se pueden hacer efectivos esos aportes. Quedaremos así en condiciones de examinar el lugar muy inestable que ocupa la filosofía en el entramado de la realidad (apartado 5). No conozco a nadie que se haya propuesto pensar desde el vacío. Ni siquiera los defensores de un pensar "desde cero", porque a poco que se examina ese "cero" resulta que no es tal, sino otro nombre atribuido a ciertas porciones de la tradición occidental, subrepticia e ingenuamente denominadas "cero", como si fueran un vacío de pensamiento (apartado 6). Esta sección primera representa el momento sincrónico de una reflexión problematizadora, la cual no podrá dejar de lado la dimensión diacrónica -siempre supuesta- y que será abordada explícitamente en la sección segunda. La fecundidad teórica de este proceder problematizador depende de la actitud crítica y creativa que será examinada en la sección tercera, pero que está trabajando desde ahora. El punto de partida de la reflexión aparecerá, en sentido estricto, al final en la sección cuarta, porque de lo que se trata es de pensar para modificar una realidad en buena medida intolerable.
2. Consigna y lema de la tradición filosófica nuestroamericanista
Cuando uno revisa la producción filosófica de nuestra América se topa con el objetivo permanentemente reiterado de que se debe pensar la realidad. Ésta es una de las constantes o invariantes que más resaltan en esta tradición. A continuación revisaremos a partir de cuándo puede hablarse de una tradición nuestroamericanista en filosofía, cómo se fue manifestando este objetivo o programa, cuáles son las dificultades para realizarlo, en qué medida está todavía sin cumplir y por qué conviene reivindicado como tarea.
¿Hasta dónde se puede remontar esta tradición? Para apreciada debidamente conviene moverse de un modo retrospectivo. En un sentido fuerte de los términos se consolida en los años cuarenta y cincuenta de este siglo, cuando el latinoamericanismo  filosófico enciende polémicas y avanza en la reconstrucción de la historia de las ideas en la región. Ese trabajo historiográfico retrotrajo sus antecedentes hasta el historicismo romántico en el siglo pasado. En particular, hasta el programa que propuso el joven Juan Bautista Alberdi, exiliado en Montevideo, quien postulaba una filosofía de nuestra cultura, la cual se convertiría con el paso del tiempo en el punto de partida de una tradición historicista con características específicas en la región.
Desde mediados del siglo pasado comenzará a difundirse el nombre de América Latina gracias a los esfuerzos de Francisco Bilbao y, sobre todo, de Torres Caicedo. Según esto no habría mayores inconvenientes en remontar esta tradición aproximadamente hasta la generación de 1837, también llamada de los "emancipadores mentales". El momento de la emancipación de la Hispanoamérica continental tiene también rasgos especiales y las polémicas han abundado en relación con sus características ideológicas. Hay que tomar en consideración especialmente la distinción entre proyectos criollos y mestizos, por una parte, y por la otra, la presencia o no y en qué proporciones de un pensamiento ilustrado.
Pero todavía es factible ir más atrás sin forzar los términos del debate. La labor en su exilio europeo de los jesuitas expulsados por Carlos In significó claramente un momento de autoconciencia criolla sumamente destacable. y ¿más atrás? Bartolomé de las Casas, el Inca Garcilazo, Guamán Poma de Ayala, Tupac Amaru y las abundantes rebeliones indígenas de las cuales comenzamos a tener información más precisa en los últimos años.
¿Se justifica retroceder hasta los tiempos, llamados en terminología no inocente, pre-colombinos? Ante este paso, incluso los más valientes historiadores de la filosofía suelen vacilar. Y por variadas razones. Para empezar, ¿no es un exceso en los términos? Porque, ¿con qué criterios se incluiría a esos momentos como parte de la tradición latinoamericanista en filosofía si, como hemos dicho antes, Latinoamérica "nacería" tres siglos y medio después? Además, es discutible si las prácticas intelectuales de aquellos tiempos pueden entenderse como filosofía propiamente hablando. Para colmo, se dispone de pocas fuentes y testimonios. Finalmente, nadie se atrevería a invocar una suerte de continuidad entre aquellas "cosmovisiones" (¿sería el término aceptable para denominarlas?) Y el pensamiento (cualesquiera fuese la valoración que merezca) posterior. No conviene seguir eludiendo este debate. Aunque más no fuera, porque gracias a las cuidadosas tareas de rescate en curso aparecen disponibles cada vez más elementos de juicio y testimonios para nada despreciables.
En general, la prolífica labor de los cronistas, podría ser vista como un esfuerzo redoblado y reiterado por captar la realidad del nuevo mundo, aun cuando su novedad viniera en no pocos casos tergiversada por los ojos o el cristal con que se la miró. Hay una fuerza subversiva de la realidad que se impone a los estereotipos con los que se la trivializa. Es también el caso antes de la Conquista. Sea lo que fue re de las consideraciones anteriores y retornando al siglo pasado, no cabe lugar a dudas de que en él se afianzó clara y consistentemente la consigna de pensar la realidad, entendida como un modo de avanzar en la emancipación de la conciencia latinoamericana frente a toda otra forma de conciencia. ¿Cómo, si no, valorar los esfuerzos de Simón Bolívar por buscar formas apropiadas a esta nueva realidad?, ¿cómo valorar los esfuerzos de los Alberdi, Sarmiento, Simón Rodríguez, Bello, etcétera, por pensar esta realidad de un modo adecuado?
 
Ahora bien, resulta que en toda esta larga cadena de acontecimientos, los cuales quizá de un modo todavía poco justificado podemos apreciar en cierta continuidad, el objetivo de pensar la realidad, de estudiar la propia realidad, de saber cómo caracterizada para poder operar en, con, desde y sobre ella es una constante. De los innumerables ejemplos que podrían aducirse sólo quiero referir uno, por lo sugestivo de su trama y por lo añejo de su enunciación. Miguel León-Portilla examina acuciosamente el pensamiento de Nezahualcóyotl, quien reinó en Texcoco de 1418 a 1472, y muestra cómo no se dejó ilusionar por la visión místico-guerrera impuesta por Tlacaélel.
Obligado a elevar en su ciudad una estatua al Sol-Huitzilopochtli, como muda protesta construyó frente a ella otro templo más suntuoso con una elevada torre dedicada al dios desconocido de los toltecas [...] Nezahualcóyotl había cumplido con sus aliados, pero les estaba mostrando al mismo tiempo que la doctrina místico-guerrera no reinaba en su corazón.
Un poco más adelante, añade León Portilla: Así, tratando de esclarecer el enigma de Dios, la atención de los sabios indígenas comenzó a dirigirse al enigma del hombre [...] Nació así en el ánimo de estos sabios, que comenzaron a hacerse preguntas a sí mismos, el anhelo de aclarar el sentido de su existencia en este mundo.
No es el caso de entrar a examinar todos los matices de tan sutiles reflexiones y, mucho menos, de confrontar estos análisis con las fuentes. Sirvan estas breves reproducciones para indicar la larga data que tiene la preocupación en este continente. La serie de muestras podría alargarse hasta llegar a nuestros días. Que lo anotado sea suficiente para ilustrar el punto. Se trata de pensar la realidad. Pero, no queda del todo preciso de qué realidad estamos hablando y cómo se procede para pensada. Este esfuerzo de pensar la propia realidad se hace explícito en algunos de estos hitos que hemos mencionado y es claro por qué el objetivo importa. Es el caso de fray Bartolomé, de los jesuitas o de los líderes del movimiento emancipador. Con motivo de los proyectos de constitución nacional de los países balcanizados, el objetivo se intensifica. Hay que conocer el país para poder organizarlo y gobernarlo. Suena como una clarinada en el caso de Martí.
La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyes no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien [...] con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin ella [...] la razón de todos en las cosas de todos.
Por eso, el estudio de los procesos de constitución de los estados nacionales en la región adquiere un carácter decisivo. Quizá un examen más pormenorizado de este aspecto permitiría encontrar los lazos entre nacionalismo y filosofía que se manifestaron todavía con fuerza en el siglo XX. El caso ejemplar de esta conexión fue ubicado durante años en la filosofía de lo mexicano. A la vez, el desarrollo filosófico fue estudiado y reconstruido desde nuestro siglo fundamentalmente en función de ese proceso o tomando como criterio el grado de apoyo o no a la consolidación del mismo. Lo importante, por ahora, es advertir que el nacionalismo se convierte en una clave hermenéutica en la historiografía que pugna por reconstruir la historia de las ideas filosóficas. Hoy, la noción misma de nación y la soberanía que se le adjudicaba desde el XIX al menos está en crisis y, por ello, conviene no perder de vista esta clave y sensibilizarnos frente a su presencia historiográfica.
Durante todo lo que va del siglo XX, estas consideraciones acerca de la realidad se han convertido en una clara consigna, en una demanda sentida para el filosofar y en un criterio para juzgar acerca de su pertinencia. El problema está en que sigue sin quedar claro qué es lo que significa finalmente pensar la realidad y cómo hacerlo. La dificultad del asunto radica en una cierta caracterización de la filosofía, un modo de practicada; un estilo de filosofar que permanece implícito. Y, a su vez, esta concepción supone o asume que la filosofía ocupa un cierto lugar, un cierto espacio al interior de la cultura, dentro de las diversas prácticas societales, como una más de ellas. Después habrá que discutir si es la más importante; su especificidad dentro de estas prácticas, etcétera. Por cierto, desde el inicio es éste un modo diverso de enfocar la filosofía al que se cultiva por lo general en los círculos profesionales. Tiene mucho que ver con la noción histórica de la filosofía generalizada antes de Kant. El objetivo en este trabajo será redimensionar esa noción, porque ya no es posible ni deseable ser prekantianos, ni pos... Los pre- y los pos- deben ser, como mínimo, puestos entre paréntesis por un enfoque latinoamericanista de la reflexión filosófica propia. En el fondo lo que permite el filosofar desde nuestra América es revisar y retomar los giros copernicano y lingüístico desde otros parámetros.
En nuestros días, unos días que comienzan quizá en los años sesenta del siglo pasado, la vigencia de esta consigna se ha afianzado como lema y objetivo del pensar en la región. Diferentes manifestaciones del pensamiento en ciencias sociales, humanidades, artes y teología, han puesto la cuestión, con más agudeza, sobre el tapete. Los pensamientos de la dependencia, de la liberación, la pedagogía del oprimido, el teatro popular fueron manifestaciones de esta actitud y articularon, hasta hoy, modos de aproximarse a la realidad. La realidad demanda ser pensada, diagnosticada (si se acepta la metáfora clínica, de muy dudosas connotaciones), examinada con todo detalle y hacerlo es subversivo. Mucho más si el pensar se ejerce desde parámetros de conceptualización propia. Los estudios latinoamericanos (la ¿latinoamericanística?) fueron vistos con estas características en su momento y evitados o censurados, como se denunció oportunamente. Estudiar la propia realidad aparecía como un riesgo demasiado grande. Una vez más, la mentalidad del/la colonizado/ase ve confrontada con la difícil (e ¿inacabable?) tarea de emanciparse del yugo colonizador.
Repasemos lo dicho hasta ahora. Pensar la realidad no es una propuesta mía. La recibimos de nuestra misma historia de la filosofía como una tarea retomada constantemente por la larga tradición del pensamiento nuestroamericano. A partir del precolombino y hasta la actualidad, la consigna es renovada una y otra vez para exhibirse como un lema distintivo de aquellos que se esforzaron por realizar el programa. Más cerca nuestro, pensar la realidad constituyó un requisito ineludible para la formación y consolidación de estados nacionales, los cuales se gestaron de arriba a abajo, desde los gobiernos hacia las bases de las sociedades -¿habría que decir mejor comunidades?-. En el siglo XIX aparecieron proyectos educativos orientados a formar -¿inventar?- al ciudadano y, para poder hacerlo, las referencias a la realidad se hicieron constantes. Esta realidad terca, arisca, por fortuna no se dejó atrapar fácilmente y menos encajonar en marcos mentales elaborados para dar cuenta de otras realidades. El tramo que se nos impone a continuación requiere examinar esta propuesta, emanada de la historia misma de nuestro pensamiento, para establecer con mayor precisión cómo se ha efectuado y cómo podría continuar efectuándose con una deseable pertinencia y mayor adecuación.
 
 
 
LECTURA  N°2
José Martí
"A la raíz"
José Martí
Los pueblos, como los hombres, no se curan del mal que les roe el hueso con menjurjes de última hora, ni con parches que les muden el color de la piel. A la sangre hay que ir, para que se cure la llaga. No hay que estar al remedio de un instante, que pasa con él, y deja viva y más sedienta la enfermedad. O se mete la mano en lo verdadero, y se le quema al hueso el mal, o es la cura impotente, que apenas remienda el dolor de un día, y luego deja suelta la desesperación. No ha de irse mirando como vengan a las consecuencias del problema, y fiar la vida, como un eunuco, al vaivén del azar: hombre es el que le sale al frente al problema, y no deja que otros le ganen el suelo en que ha de vivir y la libertad de que ha de aprovechar. Hombre es quien estudia las raíces de las cosas. Lo otro es rebaño, que se pasa la vida pastando ricamente y balándoles a las novias, y a la hora del viento sale perdido por la polvareda, con el sombrero de alas pulidas al cogote y los puños galanes a los tobillos, y mueren revueltos en la tempestad. Lo otro es como el hospicio de la vida, que van perennemente por el mundo con chichonera y andadores. Se busca el origen del mal: y se va derecho a él, con la fuerza del hombre capaz de morir por el hombre. Los egoístas no saben de esa luz, ni reconocen en los demás el fuego que falta en ellos, ni en la virtud ajena sienten más que ira, porque descubre su timidez y avergüenza su comodidad. Los egoístas, frente a su vaso de vino y panal, se burlan, como de gente loca o de poco más o menos, como de atrevidos que les vienen a revolver el vaso, de los que, en aquel instante tal vez, se juran a la redención de su alma ruin, al pie de un héroe que muere, a pocos pasos del panal y el vino, de las heridas que recibió por defender la patria.
Esto es así: unos mueren, mueren en suprema agonía, por dar vergüenza al olvidadizo y casa propia a esos mendigos más o menos dorados, y otros, mirándose el oro, se ríen de los que mueren por ellos. ¡Es cosa, si no fuera por la piedad, de ensartarlos en un asador, y llevarlos, abanicándose el rostro indiferente, a ver morir, de rodillas, al héroe de oro puro e imperecedero, que expira, resplandeciente de honra, por dar casa segura y mejilla limpia a los que se mofan de él, a los que compadrean y parten el licor y la mesa, con sus matadores, a los que se esconden la mano en el bolsillo, cuando pasa el hambre de su patria, y riegan de ella, entre zetas y jotas, el oro del placer! Hay que ir adelante, para bien de los egoístas, a la luz del muerto. Hay que conquistar suelo propio y seguro.
De nuestras esperanzas, de nuestros métodos, de nuestros compromisos, de nuestros propósitos, de eso, como del plan de las batallas, se habla después de haberlas dado. De la penuria de las casas, del trastorno en que pone a mucho hogar nuestro la crisis del Norte, de eso se habla, en decoro fraternal, de mano a mano. De lo que ha de hablarse es de la necesidad de reemplazar con la vida propia en la patria libre esta existencia que dentro y fuera de Cuba llevamos los cubanos, y que, afuera a lo menos, sólo a pujo de virtud extrema y poco fácil puede irse salvando de la dureza y avaricia que de una generación a otra, en la soledad del país extraño, mudan un pueblo de mártires sublimes en una perdigonada de ganapanes indiferentes. De lo que se ha de hablar es de la ineficacia e inestabilidad del esfuerzo por la vida en la tierra extranjera, y de la urgencia de tener país nuestro antes de que el hábito de la existencia meramente material en pueblos ajenos, prive al carácter criollo de las dotes de desinterés y hermandad con el hombre que hacen firme y amable la vida.
Si a la isla se mira, el dejarla ir, bajo el gobierno que la acaba, entre quiebras y suicidios, entre robos y cohechos, entre gabelas y solicitudes, entre saludos y temblores, podrá parecer empleo propio de la vida, y cómodo espectáculo, a quien no sienta afligido su corazón por cuanto afee o envilezca a los que nacieron en el suelo donde abrió los ojos a los deberes y luz de la humanidad. Cuanto reduce al hombre, reduce a quien sea hombre. Y llega a los calcañales la amargura, y es náusea el universo, cuando vemos podrido en vida a un compatriota nuestro, cuando vemos, hombre por hombre, en peligro de podredumbre a nuestra patria. ¡Aunque no ha de haber temor, que las entrañas de nuestra tierra saben de esto más de lo que se puede decir, y no es privilegio de los cubanos expatriados, sino poder de los cubanos todos, e ímpetu más vehemente que el de sus enemigos, este rubor de la sangre sana del país por todos los que en él se olvidan y se humillan! Es la tierra en quiebra la que se levanta; la tierra en que las ciudades se van cayendo una tras otra, como las hileras de barajas. Es la ofensa reprimida, y el bochorno ambiente, de que ya la tierra se ahoga.
Faltaba el cauce al decoro impaciente del país; faltaba el empuje; faltaba la bandera; faltaba la fe necesaria en la previsión y fin conocido de la revolución: eso faltaba, y nosotros lo dimos. Ahora, vamos a paso de gloria a la república. ¡Y a lo que estorbe, se le ase del cuello, como a un gato culpable, y se le pone a un lado.
Y si vemos afuera, y en lo de afuera a este Norte a donde por fantasmagoría e imprudencia vinimos a vivir, y por el engaño de tomar a los pueblos por sus palabras, y a las realidades de una nación por lo que cuentan de ella sus sermones de domingo y sus libros de lectura; si vemos nuestra vida en este país erizado y ansioso, que al choque primero de sus intereses, como que no tiene más liga que ellos, enseña sin vergüenza sus grietas profundas, —triste país donde no se calman u olvidan, en el tesoro de los dolores comunes y en el abrazo de las largas raíces, las luchas descarnadas de los apetitos satisfechos con los que se quieren satisfacer, o de los intereses que ponen el privilegio de su localidad por sobre el equilibrio de la nación a cuya sombra nacieron, y el bien de una suma mayor de hombres; si nos vemos, después de un cuarto de siglo de fatiga, estéril o inadecuada al fruto escaso de ella, no veremos de una parte más que los hogares donde la virtud doméstica lucha penosa, entre los hijos sin patria, contra la sordidez y animalidad ambientes, contra el mayor de todos los  peligros para el hombre, que es el empleo total de la vida en el culto ciego y exclusivo de sí mismo; y de otra parte se ve cuán insegura, como nación fundada sobre lo que el humano tiene de más débil, es la tierra, para los miopes sólo deslumbrante, donde tras de tres siglos de democracia se puede, de un vaivén de la ley, caer en pedir que el gobierno tome ya a hombros la vida de las muchedumbres pobres; donde la suma de egoísmos alocados por el gozo del triunfo o el pavor de la miseria, crea, en vez de pueblo de trenza firme, un amasijo de entes sin sostén, que dividen, y huyen, en cuanto no los aprieta la comunidad del beneficio; donde se han trasladado, sin la entrañable comunión del suelo que los suaviza, todos los problemas de odio del viejo continente humano. ¿Y a esta agitada jauría, de ricos contra pobres, de cristianos contra judíos, de blancos contra negros, de campesinos contra comerciantes, de occidentales y sudistas contra los del Este, de hombres voraces y destituidos contra todo lo que se niegue a su hambre, y a su sed, a este horno de iras, a estas fauces afiladas, a este cráter que ya humea, vendremos ya a traer, virgen y llena de frutos, la tierra de nuestro corazón? Ni nuestro carácter ni nuestra vida están seguros en la tierra extranjera.
El hogar se afea o deshace: y la tierra debajo de los pies se vuelve fuego, o humo. ¡Allá, en el bullicio y tropiezos del acomodo, nacerá por un fin un pueblo de mucha tierra nueva, donde la cultura previa y vigilante no permita el imperio de la injusticia; donde el clima amigo tiene deleite y remedio para el hombre, siempre allí generoso, en los instantes mismos en que más padece de la ambición y plétora de la ciudad; donde nos aguarda, en vez de la tibieza que afuera nos paralice y desfigure, la santa ansiedad y útil empleo del hombre interesado en el bien humano!
Cada cubano que cae, cae sobre nuestro corazón. La tierra propia es lo que nos hace falta. Con ella ¿qué hambre y qué sed? Con el gusto de hacerla buena y mejor, ¿qué pena que no se atenúe y cure? Porque no la tenemos, padecemos. Lo que nos espanta es que no la tenemos. Si la tuviésemos, ¿nos espantaríamos así? ¿Quién, en la tierra propia, despertará con esta tristeza, con este miedo, con la zozobra de limosnero con que despertamos aquí? A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres.
Patria, Nueva York, 26 de agosto de 1893. Reproducido en Obras completas. Volumen II. La Habana: Editorial Nacional de Cuba, 1963. 377-80 [Versión digital preparada por Marina Herbst]
 
LECTURA  N°3 
EL PLATO DE LENTEJAS
José Martí
El Gobierno de España en Cuba, veinticinco años después de que la revolución cubana abolió la esclavitud y suprimió en su primer constitución y en la práctica de sus leyes toda distinción entre negros y blancos, acaba de declarar, a petición del "Directorio de la clase de color", que los cubanos negros pueden tener asiento en los lugares públicos, y sitio en los paseos y en las escuelas, sin diferencia del cubano blanco. ¿Quién abrió las puertas de la sociedad cubana, para que el gobierno español pudiese imitar tardíamente lo que la revolución hizo, con sublime espontaneidad y franqueza, hace veinticinco años? ¿En qué condiciones se proclama el reconocimiento de estos derechos naturales del cubano negro?
Sobre espectáculos del mayor horror brillaba impasible el sol de Cuba antes de la Revolución de 1868. En vano se había desenvuelto, a sangre de hombre, la civilización universal; en vano, a las puertas mismas de la Isla, había surgido de la lucha de los dos componentes rivales de la nación norteamericana, del burgués pospuesto y el caballero hacendado, la emancipación de la raza negra; en vano habían pedido los cubanos ilustres la cesación de la esclavitud, que no pidieron jamás los españoles. España, sorda, era la única nación del mundo cristiano que mantenía a los hombres en esclavitud. El hecho tremendo estaba allí, y no había quien hiciese desaparecer el hecho. El hombre negro era esclavo allí. El látigo, lo mismo que el sol, se levantaba allí todos los días los nombres como bestias oran allí arreados, castigados, puestos a engendrar, despedazados por los perros en los caminos. El hombre negro vivía, así en Cuba, antes de la revolución. Y se alzaron en guerra los cubanos, rompieron desde su primer día de libertad los grillos de sus siervos, convirtieron a costa de su vida la indignidad española en un pueblo de hombres libres.
La revolución fue la que devolvió a la humanidad la raza negra, fue la que hizo desaparecer el hecho tremendo. Después, en los detalles, en las consecuencias, en las costumbres puede haber quedado algo por hacer, con problema tan profundo y difícil, en el espacio insuficiente de una generación. Después, en los tiempos menores, luego de dado el gran tajo, pudieron los hombres fáciles y de segunda mano aprovechar la obra de los padres, de los primeros, de los fundadores. Después, por la vía abierta, por la vía teñida con la sangre de los cubanos de la redención, pudieron, criollos o españoles, forzar a España a las consecuencias inevitables de la abolición de la esclavitud, decretada y practicada por la revolución cubana. Pero ella fue la madre, ella fue la santa, ella fue la que arrebató el látigo al amo, ella fue la que echó a vivir al negro de Cuba, ella fue la que levantó al negro de su ignominia y lo abrazó, ella, la revolución cubana. La abolición de la esclavitud-medida que ha ahorrado a Cuba la sangre y el odio de que aún no ha salido, por no abolirla en su raíz, la república del Norte, —es el hecho más puro y trascendental de la revolución cubana. La revolución, hecha por los dueños de los esclavos, declaró libres a los esclavos. Todo esclavo de entonces, libre hoy, y sus hijos todos, son hijos de la revolución cubana.
Pero institución como la de la esclavitud, es tan difícil desarraigarla de las costumbres como de la ley. Lo que se borra de la constitución escrita, queda por algún tiempo en las relaciones sociales. Apenas hay espacio en una generación para que el dueño de esclavos, que no creía obrar mal comprándolos y vendiéndolos, y de buena fe se les creía superior, siente a su propia mesa y a su derecha al esclavo que en ese plazo breve no ha podido tal vez adquirir la cultura usada en la mesa a que se ha de sentar. Los corazones apostólicos, que van por el mundo como médicos de almas, curando las llagas sociales, son mucho menos, entre los negros como entre los blancos, que los que viven conforme a los usos del mundo y a sus intereses y preocupaciones. En la guerra, ante la muerte, descalzos todos y desnudos todos, se igualaron los negros y los blancos: se abrazaron, y no se han vuelto a separar. En las ciudades; y entre aquellos que no vivieron en el horno de la guerra, o pasaron por ella con más arrogancia que magnimidad, la división en el trato de las dos razas continuaba subsistiendo, por el hecho brutal e inmediato de la posesión innegable del negro por el blanco, que de sí propio parecía argüir en aquél cierta inferioridad, por la preocupación común a todas las sociedades donde hubo esclavitud, fuese cualquiera el color de los siervos, y por la diferencia fatal y patente en la cultura, cuya igualdad, de influjo decisivo, es la única condición que iguala a los hombres; y no hay igualdad social posible sin igualdad de cultura.
Pero en la relación social entre las dos razas en la Isla, había de la parte blanca dos elementos diversos, los mismos que pugnan, aun contra su voluntad, por el predominio del país. El cubano blanco, con raíces en la tierra, casi siempre amo antiguo, y temeroso muchas veces, aunque por pura ignorancia y sin razón, del adelanto de la raza negra, ponía más reparos, y en lo humano había de ponerlos, al trato íntimo con su esclavo de ayer. El blanco español, que no ha vivido largamente en aquella sociedad, que va a ella de gozador y de logrero, y aun cuando vaya de hombre honrado, va para poco tiempo, y con la idea en Galicia o en Asturias, miró al negro con menos enojo, como que a la larga no había de vivir en su compañía, y entendió, como su gobierno, que en el desvío, por cierto tiempo inevitable, del criollo blanco, de alma de señor, con el que se crió de siervo suyo, había la posibilidad de adular al cubano negro, recién venido a la sociedad que lo rechazaba, de lisonjear a los negros vanidosos, impacientes o ingratos, de levantarlos contra la imprevisión, dureza y necedad del blanco criollo, de irlos comprando a halagos fáciles, para que cuando el pueblo cubano volviera a alzarse en la demanda de la libertad, de la libertad para la dicha igual de los blancos y los negros, los cubanos negros, al lado de España que los esclavizó, dispararan contra los pechos de los cubanos que les dieron la libertad... ¡imposible! ¡imposible! Pero el gobierno español imaginó al cubano negro capaz de tanta villanía: no sabe que el alma del hombre, impalpable e incolora, padece con la misma ira de lo que la oprime e infama, sea como quiera la piel de su dueño: no sabe que el cubano negro, que trae de su historia cercana la fuerza, la sencillez y la sinceridad, y que entiende y aspira como los demás hombres, es, por su hábito de trabajo, por la inferioridad de que tiene que salir y por el dolor contenido de su larga esclavitud, el mejor sostén de la libertad cubana.
Alquiló hombres el gobierno español, que hay hombres para todo en este mundo; visitó casas, repartió grados y dio de almorzar, sobornó con burlones cumplidos a uno u otro negro soberbio, como hay blancos soberbios, que se creen ya de raza mayor y privilegiada cuando les roza la manga el galón de un señor general; y, sobre todo, no perdió el gobierno ocasión de ahondar las iras o tristezas que aun en los libertos de mayor prudencia había de despertar el inhumano desdén y suspicacia fingida de los criollos blancos, que suelen ser más altivos y aparatosos con el negro mientras más cerca lo tienen en su propia sangre. Porque el español, que conoce su justicia, no cree que el cubano llegue a deshonra tanta que no se le vuelva a alzar: y en la certeza de la revolución, se prepara contra ella.
Hoy, en el enlace de los sucesos, como que el pueblo cubano va desenvolviéndose a la par en lo social y en lo político, acontece que las aspiraciones justas del cubano negro a ser tratado como el hombre que es, conforme a su derecho natural y a su cultura, se exhiben de manera perentoria ante el gobierno español, en la demanda juiciosa y viril de las asociaciones congregadas en el Directorio de la raza de color, tras años de punible olvido o franca oposición o débil ayuda del criollo blanco de la Isla, en los instantes en que los elementos activos de la revolución preparan el esfuerzo que ha de sacar a Cuba del desgobierno de sus amos de hoy, capaces sólo para corromperla y aprovecharla, —y poner a los cubanos, blancos y negros, en su condición natural de pueblo rico en el continente libre. La revolución espolea de afuera. La revolución se ordena afuera, amenaza y crece. La revolución le quema al gobierno los pies. Es necesario, para el gobierno de España, quitar aliados a la revolución. Puesto que el criollo blanco tiene ofendido al criollo negro; puesto que el criollo negro puede olvidar, por el recelo que en ciertas partes de la Isla ha seguido a la guerra, la gratitud de hijo que debe a la revolución que lo emancipó; puesto que su aspiración a la equidad social es tan vehemente que el agradecimiento a quien se la reconozca, puede ser mayor que el agradecimiento a los que le devolvieran el derecho de vivir, y lo pusieron en condiciones de aspirar a ella, ¡aprovéchese España —se dice el gobierno— de esta hendija que le abre la imprevisión de la costumbres criollas, la necesaria lentitud del acomodo social súbito entre amos y siervos, y otorgue la equidad social, para que tenga este aliado menos la revolución...! ¡Ah, la revolución santa, la madre, la primera, la fundadora! Ella, por su grandeza casi sobrehumana, arrancó al negro de mano de España, y lo declaró hermano suyo en la libertad. Ella, por el miedo que inspira, compele hoy a España a otorgar al cubano negro, en las costumbres, la equidad que ya ella en la guerra le otorgó, y es consecuencia natural de su derecho humano, y social, del hecho de su emancipación.
Pero el ardid de España es vano. Todo hombre negro ha de saludar con gozo, y todo blanco que sea de veras hombre, el reconocimiento de los derechos humanos en una sociedad que no puede vivir en paz sino sobre la base de la sanción y práctica de esos derechos. Aún pueden los cubanos sensatos, de uno u otro color, regocijarse de la admisión igual de toda especie de cubano a los lugares públicos, como merecida penitencia de los criollos incautos o ignorantes que persistiesen en tener apartados de los goces de la libertad a los que se han mostrado iguales en la capacidad de constituirla. Pero fuera de esto, todo cubano negro habrá recibido como la ofensa que es, el móvil patente del gobierno de España para intentar, en vísperas de una revolución por la libertad, el soborno de los cubanos negros, y su servicio a la tiranía, su servicio contra la revolución, en pago de los derechos a que sin la revolución no hubiera podido aspirar jamás, en pago al trato social que jamás sería tan franco y hermoso hoy bajo la bandera de España, como fue veinticinco años hace, en los campos de Guáimaro. Allá, veinticinco años hace, es donde coincidió la equidad social. Allá, veinticinco años hace, es donde se visitaron como hermanos, blancos y negros. Allá, veinticinco años hace, es donde estudiaban en un mismo banco Agramonte y Elpidio, Estrada Palma y Agustín. Allá, veinticinco años hace, fue donde los negros sirvieron, por el mérito, a las órdenes del blanco, y los blancos por el mérito, sirvieron a las órdenes del negro.
Allá, veinticinco años hace, concedió la revolución cubana al negro el paseo igual, el saludo igual, la escuela igual. ¡España ha llegado muy tarde! Lo de España es veinticinco años después. La revolución hizo todo eso antes. ¡Jamás se apartarán los brazos blancos y negros, que se unieron allí! ¿Y cree el español astuto que por esta imitación tardía de la justicia de la revolución, por este plato de lentejas —de derechos que están hace veinticinco años por la revolución reconocidos— les ha comprado a los cubanos negros la primogenitura de su honor? Se engaña España. ¡El cubano negro no aspira a la libertad verdadera, a la felicidad y cultura de los hombres, al trabajo dichoso en ¡ajusticia política, a la independencia del hombre en la independencia de la patria, al acrecentamiento de la libertad humana en la independencia, no aspira —decimos— a todo esto el cubano negro como negro, sino como cubano! Para él se levanta el sol, como para los demás hombres; en su mejilla siente él, como todo ser bueno, el bofetón que recibe la mejilla humana; en su corazón lleva él, como todo hijo piadoso, la memoria de los dolores y sacrificios que fundaron nuestra libertad; con sus ojos de hombre ve él la degradación lastimosa y la miseria del pueblo en que ha nacido, y en qué debe vivir; en su familia insegura y en su vida entera siente él el oprobio y exterminio de la vida cubana. ¡Y cuando se levante en Cuba de nuevo la bandera de la revolución, el cubano negro estará abrazado a la bandera, como a una madre!
Patria
Nueva York, 2 de enero de 1894
 
 
LECTURA  N°4
"Nuestra América"
José Martí
 Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.
 
No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.
 
A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre?, ¿el que se queda con la madre, a curadle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¡Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta tierra ¿ se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos "increíbles" del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!
 
Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.
 
Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.
 
En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con la mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las Universidades los gobernantes, si no hay Universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages: porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana.
 
La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.
 
Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que había izado, en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota-de-potro, o los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra, desatada a la voz del salvador, con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de uno sobre la razón campestre de otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu.
 
Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Guando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros—de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen,—por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos.
 
Pero "estos países se salvarán", como anunció Rivadavia el argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos; al machete no le va vaina de seda, ni en el país que se ganó con lanzón se puede echar el lanzón atrás, porque se enoja, y se pone en la puerta del Congreso de Iturbide "a que le hagan emperador al rubio". Estos países se salvarán, porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real.
 
Eramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Eramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Eramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. "¿Cómo somos?" se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no va a buscar la solución a Danzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república. E1 tigre de adentro se entra por la hendija, y el tigre de afuera. El general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.
 
De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una bomba de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas.
 
Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o el que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encarar y desviarla; como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa, o la discordia parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.
 
No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resalta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas.  Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva !
(La Revista Ilustrada de Nueva York, 10 de enero de l891)
 
LECTURA  N°5 (INCLUYE MI RAZA)
 "Mente latina"
José Martí
Entre los muchos libros que han venido a favorecer en lo que va de mes La América, uno hay que regocija, y no es más que el catálogo de un colegio. No nos place el catálogo porque nos dé asunto para huecas y fáciles celebraciones a las conquistas nuevas, que con trabajos arduos se celebran mejor que con palabras sin meollo, que de puro repetidas van quitando ya prestigio y energía a las ideas que envuelven; sino porque en las páginas del pequeño libro resalta gloriosa, en una prueba humilde y elocuente, la inteligencia latina.
 
No nos dio la Naturaleza en vano las palmas para nuestros bosques, y Amazonas y Orinocos para regar nuestras comarcas; de estos ríos la abundancia, y de aquellos palmares la eminencia, tiene la mente hispanoamericana, por lo que conserva el indio, cuerda; por lo que le viene de la tierra, fastuosa y volcánica; por lo que de árabe le trajo el español, perezosa y artística. ¡Oh! El día en que empiece a brillar, brillará cerca del Sol; el día en que demos por finada nuestra actual existencia de aldea. Academias de indios; expediciones de cultivadores a los países agrícolas; viajes periódicos y constantes con propósitos serios a las tierras más adelantadas; ímpetu y ciencia en las siembras; oportuna presentación de nuestros frutos a los pueblos extranjeros; copiosa red de vías de conducción dentro de cada país, y de cada país a otros; absoluta e indispensable consagración del respeto al pensamiento ajeno; he ahí lo que ya viene, aunque en algunas tierras sólo se ve de lejos; he ahí puesto ya en forma el espíritu nuevo.
 
Bríos no nos faltan. Véase el catálogo del colegio. Es un colegio norteamericano, donde apenas una sexta parte de los educandos es de raza española. Pero en premios no: allí la parte crece, y si por cada alumno hispanoparlante hay seis que hablan inglés, por cada seis americanos del Norte premiados hay otros seis americanos del Sud. En esa mera lista de clases y nombres, por la que el ojo vulgar pasa con descuido, La América dilata sus miradas. En esta inmensa suma de analogías que componen el sistema universal, en cada hecho pequeño está un resumen, ya futuro o pasado; un hecho grande.
 
¿No ha de ponernos alegres ver que donde entra a lidiar un niño de nuestras tierras, pobre de carnes y de sangre acuosa, contra carnudos y sanguíneos rivales, vence? En este colegio de que hablamos, apenas van los alumnos de raza española a más clases que a las de las elementales y a las de comercio. Pues en el elenco de las clases de comercio, de cada tres alumnos favorecidos dos son de nuestras tierras. El mejor tenedor de libros es un Vicente de la Hoz. El que más supo de leyes comerciales es un Esteban Viña. El que acaparó todos los premios de su clase, sin dejar migaja para los formidables yanquizuelos, es un Luciano Malabet; ¡y los tres premios de composición en inglés no son para un Smith, un O'Brien y un Sullivan, sino para un Guzmán, un Arellano y un Villa!
 
¡Oh! ¡si a estas inteligencias nuestras se las pusiese a nivel de su tiempo; si no se las educase para golillas y doctos de birrete de los tiempos de audiencias y gobernadores; si no se les dejase, en su anhelo de saber, nutrirse de vaga y galvánica literatura de pueblos extranjeros medio muertos; si se hiciese el consorcio venturoso de la inteligencia que ha de aplicarse a un país y el país a que ha de aplicarse; si se preparase a los sudamericanos, no para vivir en Francia, cuando no son franceses, ni en los Estados Unidos, que es la más fecunda de estas modas malas, cuando no son norteamericanos, ni en los tiempos coloniales, cuando están viviendo ya fuera de la colonia, en competencia con pueblos activos, creadores, vivos, libres, sino para vivir en la América del Sur! . . . Mata a su hijo en la América del Sur el que le da mera educación universitaria.
 
Se abren campañas por la libertad política; debieran abrirse con mayor vigor por la libertad espiritual; por la acomodación del hombre a la tierra en que ha de vivir.
 
La América, Nueva York, noviembre de 1884. Reproducido en Obras completas. Volumen VI. La Habana: Editorial Nacional de Cuba, 1963. 24-26. [Versión digital preparada por Marina Herbst.]

"Mi raza"
José Martí
 
 Esa de racista está siendo una palabra confusa y hay que ponerla en claro. E1 hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza o a otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre; peca por redundante el blanco que dice: "Mi raza"; peca por redundante el negro que dice: "Mi raza". Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o acorrala es un pecado contra la humanidad. ¿A qué blanco sensato le ocurre envanecerse de ser blanco, y qué piensan los negros del blanco que se envanece de serlo y cree que tiene derechos especiales por serlo? ¿Qué han de pensar los blancos del negro que se envanece de su color? Insistir en las divisiones de raza, en las diferencias de raza, de un pueblo naturalmente dividido, es dificultar la ventura pública y la individual, que están en el mayor acercamiento de los factores que han de vivir en común. Si se dice que en el negro no hay culpa aborigen ni virus que lo inhabilite para desenvolver toda su alma de hombre, se dice la verdad, y ha de decirse y demostrarse, porque la injusticia de este mundo es mucha, y es mucha la ignorancia que pasa por sabiduría, y aún hay quien crea de buena fe al negro incapaz de la inteligencia y corazón del blanco; y si a esa defensa de la naturaleza se la llama racismo, no importa que se la llame así, porque no es más que decoro natural y voz que clama del pecho del hombre por la paz y la vida del país. Si se aleja de la condición de esclavitud, no acusa inferioridad la raza esclava, puesto que los galos blancos, de ojos azules y cabellos de oro, se vendieron como siervos, con la argolla al cuello, en los mercados de Roma; eso es racismo bueno, porque es pura justicia y ayuda a quitar prejuicios al blanco ignorante. Pero ahí acaba el racismo justo, que es el derecho del negro a mantener y a probar que su color no le priva de ninguna de las capacidades y derechos de la especie humana.
 
El racista blanco, que le cree a su raza derechos superiores, ¿qué derechos tiene para quejarse del racista negro que también le vea especialidad a su raza? El racista negro, que ve en la raza un carácter especial, ¿qué derecho tiene para quejarse del racista blanco? El hombre blanco que, por razón de su raza, se cree superior al hombre negro, admite la idea de la raza y autoriza y provoca al racista negro. El hombre negro que proclama su raza, cuando lo que acaso proclama únicamente en esta forma errónea es la identidad espiritual de todas las razas, autoriza y provoca al racista blanco. La paz pide los derechos comunes de la naturaleza; los derechos diferenciales, contrarios a la naturaleza, son enemigos de la paz. El blanco que se aísla, aísla al negro. El negro que se aísla, provoca a aislarse al blanco.
 
En Cuba no hay temor a la guerra de razas. Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. En los campos de batalla murieron por Cuba, han subido juntas por los aires, las almas de los blancos y de los negros. En la vida diaria de defensa, de lealtad, de hermandad, de astucia, al lado de cada blanco hubo siempre un negro. Los negros, como los blancos, se dividen por sus caracteres, tímidos o valerosos, abnegados o egoístas, en los partidos diversos en que se agrupan los hombres. Los partidos políticos son agregados de preocupaciones, de aspiraciones, de intereses y de caracteres. Lo semejante esencial se busca y halla por sobre las diferencias de detalle; y lo fundamental de los caracteres análogos se funde en los partidos, aunque en lo incidental o en lo postergable al móvil común difieran. Pero en suma, la semejanza de los caracteres, superior como factor de unión a las relaciones internas de un color de hombres graduado y en su grado a veces opuesto, decide e impera en la formación de los partidos. La afinidad de los caracteres es más poderosa entre los hombres que la afinidad del color. Los negros, distribuidos en las especialidades diversas u hostiles del espíritu humano, jamás se podrán ligar, ni desearán ligarse, contra el blanco, distribuido en las mismas especialidades. Los negros están demasiado cansados de la esclavitud para entrar voluntariamente en la esclavitud del color. Los hombres de pompa e interés se irán de un lado, blancos o negros; y los hombres generosos y desinteresados se irán de otro. Los hombres verdaderos, negros o blancos, se tratarán con lealtad y ternura, por el gusto del mérito y el orgullo de todo lo que honre la tierra en que nacimos, negro o blanco. La palabra racista caerá de los labios de los negros que la usan hoy de buena fe, cuando entiendan que ella es el único argumento de apariencia válida y de validez en hombres sinceros y asustadizos, para negar al negro la plenitud de sus derechos de hombre. Dos racistas serían igualmente culpables: el racista blanco y el racista negro. Muchos blancos se han olvidado ya de su color, y muchos negros. Juntos trabajan, blancos y negros, por el cultivo de la mente, por la propagación de la virtud, por el triunfo del trabajo creador y de la caridad sublime.
 
En Cuba no hay nunca guerra de razas. La República no se puede volver atrás; y la República, desde el día único de redención del negro en Cuba, desde la primera constitución de la independencia el 10 de abril en Guáimaro, no habló nunca de blancos ni de negros. Los derechos públicos, concedidos ya de pura astucia por el Gobierno español e iniciados en las costumbres antes de la independencia de la Isla, no podrán ya ser negados, ni por el español que los mantendrá mientras aliente en Cuba para seguir dividiendo al cubano negro del cubano blanco, ni por la independencia. que no podría negar en la libertad los derechos que el español reconoció en la servidumbre.
 
Y en lo demás, cada cual será libre en lo sagrado de la casa. El mérito, la prueba patente y continua de cultura y el comercio inexorable acabarán de unir a los hombres. En Cuba hay mucha grandeza en negros y blancos.
(Patria, New York, 16 de abril de 1893)
 
LECTURA N°6
RUBÉN DARÍO
"El triunfo de Calibán" (1)
No, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros. Así se estremece hoy todo noble corazón, así protesta todo digno hombre que algo conserve de la leche de la Loba (2). Y los he visto a esos yankees, en sus abrumadoras ciudades de hierro y piedra y las horas que entre ellos he vivido las he pasado con una vaga angustia. Parecíame sentir la opresión de una montaña, sentía respirar en un país de cíclopes, comedores de carne cruda, herreros bestiales, habitadores de casas de mastodontes. Colorados, pesados, groseros, van por sus calles empujándose y rozándose animalmente, a la caza del dollar. El ideal de esos calibanes está circunscrito a la bolsa y a la fábrica. Comen, comen, calculan, beben whisky y hacen millones. Cantan ¡Home, sweet home! y su hogar es una cuenta corriente, un banjo, un negro y una pipa. Enemigos de toda idealidad, son en su progreso apoplético, perpetuos espejos de aumento; pero su Emerson bien calificado está como luna de Carlyle; su Whitman con sus versículos a hacha, es un profeta demócrata, al uso del Tío Sam; y su Poe (3), su gran Poe, pobre cisne borracho de pena y de alcohol, fue el mártir de su sueño en un país en donde jamás será comprendido. En cuanto a Lanier (4), se salva de ser un poeta para pastores protestantes y para bucaneros y cowboys, por la gota latina que brilla en su nombre.
"¡Tenemos -- dicen -- todas las cosas más grandes del mundo!" En efecto, estamos allí en el país de Brobdingnag (5): tienen el Niágara, el puente de Brooklyn, la estatua de la Libertad, los cubos de veinte pisos, el cañón de dinamita, Vanderbilt, Gould (6), sus diarios y sus patas. Nos miran, desde la torre de sus hombros, a los que no nos ingurgitamos de bifes y no decimos all right, como a seres inferiores. París es el guignol (7) de esos enormes niños salvajes. Allá van a divertirse y a dejar los cheques; pues entre ellos, la alegría misma es dura y la hembra, aunque bellísima, de goma elástica. Miman al inglés -- but English you know? -- como el parvenu (8) al caballero de distinción gentilicia. Tienen templos para todos los dioses y no creen en ninguno; sus grandes hombres como no ser Edison, se llaman Lynch, Monroe, y ese Grant cuya figura podéis confrontar en Hugo, en El año terrible (9). En el arte, en la ciencia, todo lo imitan y lo contrahacen, los estupendos gorilas colorados. Mas todas las rachas de los siglos no podrán pulir la enorme Bestia.
No, no puedo estar de parte de ellos, no puedo estar por el triunfo de Calibán. Por eso mi alma se llenó de alegría la otra noche, cuando tres hombres representativos de nuestra raza fueron a protestar en una fiesta solemne y simpática, por la agresión del yankee contra la hidalga y hoy agobiada España. El uno era Roque Saenz Peña, el argentino cuya voz en el Congreso panamericano opuso al slang fanfarrón de Monroe una alta fórmula de grandeza continental (10), y demostró en su propia casa al piel roja que hay quienes velan en nuestras repúblicas por la asechanza de la boca del bárbaro. Saenz Peña habló conmovido en esta noche de España, y no se podía menos que evocar sus triunfos de Washington. ¡Así debe haber sorprendido al Blaine (11) de las engañifas, con su noble elocuencia, al Blaine y todos sus algodoneros, tocineros y locomoteros!
 
En este discurso de la fiesta de La Victoria (12) el estadista volvió a surgir junto con el varón cordial. Habló repitiendo lo que siempre ha sustentado, sus ideas sobre el peligro que entrañan esas mandíbulas de boa todavía abiertas tras la tragada de Tejas; la codicia del anglosajón, el apetito yankee demostrado, la infamia política del gobierno del Norte; lo útil, lo necesario que es para las nacionalidades españolas de América estar a la expectativa de un estiramiento del constrictor. Sólo una alma ha sido tan previsora sobre este concepto, tan previsora y persistente como la de Saenz Peña: y esa fue -- ¡curiosa ironía del tiempo! -- la del padre de Cuba libre, la de José Martí. Martí no cesó nunca de predicar a las naciones de su sangre que tuviesen cuidado con aquellos hombres de rapiña, que no mirasen en esos acercamientos y cosas panamericanas, sino la añagaza y la trampa de los comerciantes de la yankería. ¿Qué diría hoy el cubano al ver que so color de ayuda para la ansiada Perla, el monstruo se la traga con ostra y todo?
 
En el discurso de que trato he dicho que el estadista iba del brazo con el hombre cordial. Que lo es Saenz Peña lo dice su vida. Tal debía aparecer en defensa de la más noble de las naciones, caída al bote de esos yangüeses, en defensa del desarmado caballero que acepta el duelo con el Goliat dinamitero y mecánico. En nombre de Francia, Paul Groussac. Un reconfortante espectáculo el ver a ese hombre eminente y solitario, salir de su gruta de libros (13), del aislamiento estudioso en que vive, para protestar también por la injusticia y el material triunfo de la fuerza. No es orador el maestro, pero su lectura concurrió y entusiasmó, sobre todo al elemento intelectual de la concurrencia. Su discurso, de un alto decoro literario como todo lo suyo, era el arte vigoroso y noble ayudando a la justicia. Y [ha] de oírse decir: "¿Qué? ¿Es éste el hombre que devora vivas las gentes? ¿Este es el descuartizador? ¿Es éste el condestable de la crueldad?"
 
Los que habéis leído su última obra (14), concentrada, metálica, maciza, en que juzga al yankee, su cultura adventicia, su civilización, sus instintos, sus tendencias y su peligro, no os sorprenderíais al escucharle en esa hora en que habló después de oírse la Marsellesa. Sí, Francia debía de estar de parte de España. La vibrante alondra gala no podía sino maldecir el hacha que ataca una de las más ilustres cepas de la vena latina. Y al grito de Groussac emocionado: "¡Viva España con honra!" nunca brotó mejor de pechos españoles esta única respuesta: "¡Viva Francia!" Por Italia el señor Tarnassi. En una música manzoniana, entusiasta, ferviente, italiana, expresó el voto de la sangre del Lacio; habló en él la vieja madre Roma, clarineó guerreramente, con bravura, sus decasílabos. Y la gran concurrencia se sintió sacudida por tan llameante "squillo di tromba (15)".
 
Pues bien; todos los que escuchamos a esos tres hombres, representantes de tres grandes naciones de raza latina, todos pensamos y sentimos cuán justo era ese desahogo, cuán necesaria esa actitud y vimos palpable la urgencia de trabajar y luchar porque la Unión latina no siga siendo una fatamorgana (16) del reino de Utopía, pues los pueblos, sobre las políticas y los intereses de otra especie, sienten, llegado el instante preciso, la oleada de la sangre y la oleada del común espíritu. ¿No veis como el inglés se regocija con el triunfo del norteamericano, guardando en la caja del Banco de Inglaterra, los antiguos rencores, el recuerdo de las bregas pasadas? ¿No veis como el yankee, demócrata y plebeyo, lanza sus tres ¡hurras¡ y canta el God save the Queen, cuando pasa cercano un barco que lleve al viento la bandera del inglés? Y piensan juntos: "El día llegará en que, los Estados Unidos e Inglaterra sean dueños del mundo." De tal manera la raza nuestra debiera unirse, como se une en alma y corazón, en instantes atribulados; somos la raza sentimental, pero hemos sido también dueños de la fuerza. El sol no nos ha abandonado y el renacimiento es propio de nuestro árbol secular.
 
Desde Méjico hasta la Tierra del Fuego hay un inmenso continente en donde la antigua semilla se fecunda, y prepara en la savia vital, la futura grandeza de nuestra raza; de Europa, del universo, nos llega un vasto soplo cosmopolita que ayudará a vigorizar la selva propia. Mas he ahí que del Norte, parten tentáculos de ferrocarriles, brazos de hierro, bocas absorbentes. Esas pobres repúblicas de la América Central ya no será con el bucanero Walker con quien tendrán que luchar, sino con los  canalizadores yankees de Nicaragua; Méjico está ojo atento, y siente todavía el dolor de la mutilación; Colombia tiene su istmo trufado de hulla y fierro norteamericano; Venezuela se deja fascinar por la doctrina de Monroe y lo sucedido en la pasada emergencia con Inglaterra, sin fijarse en que con doctrina de Monroe y todo, los yankees permitieron que los soldados de la reina Victoria ocupasen el puerto nicaragüense de Corinto; en el Perú hay manifestaciones simpáticas por el triunfo de los Estados Unidos; y el Brasil, penoso es observarlo, ha demostrado más que visible interés en juegos de daca y toma con el Uncle Sam. Cuando lo porvenir peligroso es indicado por pensadores dirigentes, y cuando a la vista está la gula del Norte, no queda sino preparar la defensa.
 
Pero hay quienes me digan: "¿No ve usted que son los más fuertes? ¿No sabe usted que por ley fatal hemos de perecer tragados o aplastados por el coloso? ¿No reconoce usted su superioridad?" Sí, ¿cómo no voy a ver el monte que forma el lomo del mamut? Pero ante Darwin y Spencer no voy a poner la cabeza sobre la piedra para que me aplaste el cráneo la gran Bestia. Behemot (17) es gigantesco; pero no he de sacrificarme por mi propia voluntad bajo sus patas, y si me logra atrapar, al menos mi lengua ha de concluir de dar su maldición última, con el último aliento de vida. Y yo que he sido partidario de Cuba libre, siquier fuese por acompañar en su sueño a tanto soñador y en su heroísmo a tanto mártir, soy amigo de España en el instante en que la miro agredida por un enemigo brutal, que lleva como enseña la violencia, la fuerza y la injusticia.
 
"Y usted ¿no ha atacado siempre a España?" Jamás. España no es el fanático curial, ni el pedantón, ni el dómine infeliz, desdeñoso de la América que no conoce; la España que yo defiendo se llama Hidalguía, Ideal, Nobleza; se llama Cervantes, Quevedo, Góngora, Gracián, Velázquez; se llama el Cid, Loyola, Isabel; se llama la Hija de Roma, la Hermana de Francia, la Madre de América. ¡Miranda preferirá siempre a Ariel; Miranda es la gracia del espíritu; y todas las montañas de piedras, de hierros, de oros y de tocinos, no bastarán para que mi alma latina se prostituya a Calibán!
 
Carlos Jáuregui. "Calibán: icono del 98. A propósito de un artículo de Rubén Darío" y "El triunfo de Calibán" (Edicion y notas). Balance de un siglo (1898-1998). Número Especial, Coordinación de Aníbal González. Revista Iberoamericana 184-185 (1998): 441-455.]
Edición y notas de Carlos Jáuregui
University of Pittsburgh
Notas
El Tiempo, Buenos Aires, 20 de mayo de 1898. El artículo también se publicó con el encabezado "Rubén Darío combatiente" en El Cojo Ilustrado de Caracas (1 de octubre de 1898) cuya copia, en comparación con el texto de El Tiempo, reproducido en Escritos inéditos (1938) y el publicado en El Modernismo visto por los modernistas (1980), sirvió para efectos de esta edición. He modernizado la ortografía y corregido algunos errores de las ediciones de Mapes y de Gullón que el lector que quiera comparar los tres trabajos advertirá.
El uso de las mayúsculas se reprodujo en los casos en que parecía significativo. Sobre el discurso de la latinidad ver nota número 15 en la introducción.
En Los raros (1894-96) ya había anticipado a Calibán. Ver introducción.
Sidney Clopton Lanier (1842-1881), poeta de Georgia, inspirado en Byron, Tennyson y los románticos que condenaba, desde sus sentimientos ético-religiosos, los males que el espíritu comercial traía a la sociedad.
País de gigantes en Gulliver's Travels de Jonathan Swift (1726). Comparación que también usa Groussac: "Estamos como Gulliver en el reino de Brobdingnag" (Del Plata al Niágara 337). En el texto de El Cojo Ilustrado aparece la errata "Dorbdinac".
Se refiere al magnate de ferrocarriles y especulador Jay Gould (1836-1892) que causó el "Black Friday" (Septiembre 24, 1869) con sus maniobras con el precio del oro, y a quien Martí criticara agriamente como "gran monopolizador. . . sobre la espalda del trabajador" y "millonario duro y desdeñoso" (10: 84-86; 423).
Guignol es el nombre de una marioneta francesa creada en Lyon a finales del siglo XVII; para la época en que Darío escribe guignol era el nombre que se le daba a los cabarets que presentaban shows decadentes y en este sentido parece usarse en el texto. A partir 1897 vino a nombrar el teatro del horror con efectos o trucos especiales. Resulta poco probable, aunque no imposible, que Darío ya estuviera al tanto del éxito de este teatro.
Parvenu significa "advenedizo." Es paradójico que Darío critique este deslumbramiento norteamericano con los ingleses y para hacerlo use una palabra en francés.
L'année terrible (1872) de Víctor Hugo. En "A Roosevelt" (1905) repite la idea: "Ya Hugo a Grant lo dijo: Las estrellas son vuestras." Hugo había atacado a Grant en varios artículos. Gullón corrige el texto como: "en el niño terrible" (405).
Roque Saenz Peña (1851-1914), presidente de la Argentina (1910-1914). Contradictor de Blaine durante la Conferencia internacional americana (1890), donde opuso a la doctrina Monroe y su slogan "América para los americanos," la fórmula: "Sea la América para la humanidad" (Martí 6: 81; Arellano 84).
James G. Blaine (1830-1893) empresario de ferrocarriles y candidato presidencial por el partido Republicano en 1884; sirvió como Secretario de Estado durante las administraciones de Garfield (1881-1883) y Harrison (1889-1893) en las que fue portavoz de los intereses norteamericanos para Latinoamérica y cabeza visible de la ingerencia política y económica de los Estados Unidos en el área bajo la política del "Pan-Americanism." Las opiniones de Darío estaban influenciadas por Martí quien veía en Blaine encarnada la codicia imperialista de los magnates republicanos. De Blaine decía el cubano "A su país si lo tuviera en las manos, le pondría buques por espuelas y un ejército por caballo, y lo echaría en son de conquista por todos los ámbitos de la tierra," . . . "Blaine que no habla de poner en orden su casa sino de entrarse por las ajenas so pretexto de tratados de comercio y paz" (10: 53, 199).
El 2 de mayo de 1898, bajo el patrocinio del Club español de Buenos Aires, Groussac, Tarnassi y Saenz-Peña pronunciaron sus conferencias a propósito de la guerra entre EE.UU. y España, en el teatro La Victoria.
Era director de la Biblioteca Nacional.
Se refiere a De la Plata al Niágara (1897).
Toque de trompeta.
Fatamorgana: espejismo que se veía en el estrecho de Mesina y se atribuía a Morgana hermana del rey Arturo.
Animal monstruoso descrito por Job (40:15-24).