LECTURA N°3
EL PLATO DE LENTEJAS
José Martí
El Gobierno de España en Cuba, veinticinco años después de que la
revolución cubana abolió la esclavitud y suprimió en su primer constitución y
en la práctica de sus leyes toda distinción entre negros y blancos, acaba de
declarar, a petición del "Directorio de la clase de color", que los
cubanos negros pueden tener asiento en los lugares públicos, y sitio en los
paseos y en las escuelas, sin diferencia del cubano blanco. ¿Quién abrió las
puertas de la sociedad cubana, para que el gobierno español pudiese imitar
tardíamente lo que la revolución hizo, con sublime espontaneidad y franqueza,
hace veinticinco años? ¿En qué condiciones se proclama el reconocimiento de
estos derechos naturales del cubano negro?
Sobre espectáculos del
mayor horror brillaba impasible el sol de Cuba antes de la Revolución de 1868.
En vano se había desenvuelto, a sangre de hombre, la civilización universal; en
vano, a las puertas mismas de la Isla, había surgido de la lucha de los dos componentes
rivales de la nación norteamericana, del burgués pospuesto y el caballero
hacendado, la emancipación de la raza negra; en vano habían pedido los cubanos
ilustres la cesación de la esclavitud, que no pidieron jamás los españoles.
España, sorda, era la única nación del mundo cristiano que mantenía a los
hombres en esclavitud. El hecho tremendo estaba allí, y no había quien hiciese
desaparecer el hecho. El hombre negro era esclavo allí. El látigo, lo mismo que
el sol, se levantaba allí todos los días los nombres
como bestias oran allí arreados, castigados, puestos a engendrar,
despedazados por los perros en los caminos. El hombre negro vivía, así en Cuba,
antes de la revolución. Y se alzaron en guerra los cubanos, rompieron desde su
primer día de libertad los grillos de sus siervos, convirtieron a costa de su
vida la indignidad española en un pueblo de hombres libres.
La revolución fue la que
devolvió a la humanidad la raza negra, fue la que hizo desaparecer el hecho
tremendo. Después, en los detalles, en las consecuencias, en las costumbres
puede haber quedado algo por hacer, con problema tan profundo y difícil, en el
espacio insuficiente de una generación. Después, en los tiempos menores, luego
de dado el gran tajo, pudieron los hombres fáciles y de segunda mano aprovechar
la obra de los padres, de los primeros, de los fundadores. Después, por la vía
abierta, por la vía teñida con la sangre de los cubanos de la redención,
pudieron, criollos o españoles, forzar a España a las consecuencias inevitables
de la abolición de la esclavitud, decretada y practicada por la revolución
cubana. Pero ella fue la madre, ella fue la santa, ella fue la que arrebató el
látigo al amo, ella fue la que echó a vivir al negro de Cuba, ella fue la que
levantó al negro de su ignominia y lo abrazó, ella, la revolución cubana. La
abolición de la esclavitud-medida que ha ahorrado a Cuba la sangre y el odio de
que aún no ha salido, por no abolirla en su raíz, la república del Norte, —es
el hecho más puro y trascendental de la revolución cubana. La revolución, hecha
por los dueños de los esclavos, declaró libres a los esclavos. Todo esclavo de
entonces, libre hoy, y sus hijos todos, son hijos de la revolución cubana.
Pero institución como la
de la esclavitud, es tan difícil desarraigarla de las costumbres como de la
ley. Lo que se borra de la constitución escrita, queda por algún tiempo en las
relaciones sociales. Apenas hay espacio en una generación para que el dueño de
esclavos, que no creía obrar mal comprándolos y vendiéndolos, y de buena fe se
les creía superior, siente a su propia mesa y a su derecha al esclavo que en
ese plazo breve no ha podido tal vez adquirir la cultura usada en la mesa a que
se ha de sentar. Los corazones apostólicos, que van por el mundo como médicos
de almas, curando las llagas sociales, son mucho menos, entre los negros como
entre los blancos, que los que viven conforme a los usos del mundo y a sus
intereses y preocupaciones. En la guerra, ante la muerte, descalzos todos y
desnudos todos, se igualaron los negros y los blancos: se abrazaron, y no se
han vuelto a separar. En las ciudades; y entre aquellos que no vivieron en el
horno de la guerra, o pasaron por ella con más arrogancia que magnimidad,
la división en el trato de las dos razas continuaba subsistiendo, por el hecho
brutal e inmediato de la posesión innegable del negro por el blanco, que de sí
propio parecía argüir en aquél cierta inferioridad, por la preocupación común a
todas las sociedades donde hubo esclavitud, fuese cualquiera el color de los siervos,
y por la diferencia fatal y patente en la cultura, cuya igualdad, de influjo
decisivo, es la única condición que iguala a los hombres; y no hay igualdad
social posible sin igualdad de cultura.
Pero en la relación
social entre las dos razas en la Isla, había de la parte blanca dos elementos
diversos, los mismos que pugnan, aun contra su voluntad, por el predominio del
país. El cubano blanco, con raíces en la tierra, casi siempre amo antiguo, y
temeroso muchas veces, aunque por pura ignorancia y sin razón, del adelanto de
la raza negra, ponía más reparos, y en lo humano había de ponerlos, al trato
íntimo con su esclavo de ayer. El blanco español, que no ha vivido largamente
en aquella sociedad, que va a ella de gozador y de logrero, y aun cuando vaya de
hombre honrado, va para poco tiempo, y con la idea en Galicia o en Asturias,
miró al negro con menos enojo, como que a la larga no había de vivir en su
compañía, y entendió, como su gobierno, que en el desvío, por cierto tiempo
inevitable, del criollo blanco, de alma de señor, con el que se crió de siervo
suyo, había la posibilidad de adular al cubano negro, recién venido a la
sociedad que lo rechazaba, de lisonjear a los negros vanidosos, impacientes o
ingratos, de levantarlos contra la imprevisión, dureza y necedad del blanco
criollo, de irlos comprando a halagos fáciles, para que cuando el pueblo cubano
volviera a alzarse en la demanda de la libertad, de la libertad para la dicha
igual de los blancos y los negros, los cubanos negros, al lado de España que
los esclavizó, dispararan contra los pechos de los cubanos que les dieron la
libertad... ¡imposible! ¡imposible! Pero el gobierno español imaginó al cubano
negro capaz de tanta villanía: no sabe que el alma del hombre, impalpable e
incolora, padece con la misma ira de lo que la oprime e infama, sea como quiera
la piel de su dueño: no sabe que el cubano negro, que trae de su historia
cercana la fuerza, la sencillez y la sinceridad, y que entiende y aspira como
los demás hombres, es, por su hábito de trabajo, por la inferioridad de que
tiene que salir y por el dolor contenido de su larga esclavitud, el mejor
sostén de la libertad cubana.
Alquiló hombres el
gobierno español, que hay hombres para todo en este mundo; visitó casas,
repartió grados y dio de almorzar, sobornó con burlones cumplidos a uno u otro
negro soberbio, como hay blancos soberbios, que se creen ya de raza mayor y
privilegiada cuando les roza la manga el galón de un señor general; y, sobre
todo, no perdió el gobierno ocasión de ahondar las iras o tristezas que aun en
los libertos de mayor prudencia había de despertar el inhumano desdén y
suspicacia fingida de los criollos blancos, que suelen ser más altivos y
aparatosos con el negro mientras más cerca lo tienen en su propia sangre. Porque
el español, que conoce su justicia, no cree que el cubano llegue a deshonra
tanta que no se le vuelva a alzar: y en la certeza de la revolución, se prepara
contra ella.
Hoy, en el enlace de los
sucesos, como que el pueblo cubano va desenvolviéndose a la par en lo social y
en lo político, acontece que las aspiraciones justas del cubano negro a ser
tratado como el hombre que es, conforme a su derecho natural y a su cultura, se
exhiben de manera perentoria ante el gobierno español, en la demanda juiciosa y
viril de las asociaciones congregadas en el Directorio de la raza de color,
tras años de punible olvido o franca oposición o débil ayuda del criollo blanco
de la Isla, en los instantes en que los elementos activos de la revolución
preparan el esfuerzo que ha de sacar a Cuba del desgobierno de sus amos de hoy,
capaces sólo para corromperla y aprovecharla, —y poner a los cubanos, blancos y
negros, en su condición natural de pueblo rico en el continente libre. La
revolución espolea de afuera. La revolución se ordena afuera, amenaza y crece.
La revolución le quema al gobierno los pies. Es necesario, para el gobierno de
España, quitar aliados a la revolución. Puesto que el criollo blanco tiene
ofendido al criollo negro; puesto que el criollo negro puede olvidar, por el
recelo que en ciertas partes de la Isla ha seguido a la guerra, la gratitud de
hijo que debe a la revolución que lo emancipó; puesto que su aspiración a la
equidad social es tan vehemente que el agradecimiento a quien se la reconozca,
puede ser mayor que el agradecimiento a los que le devolvieran el derecho de
vivir, y lo pusieron en condiciones de aspirar a ella, ¡aprovéchese España —se
dice el gobierno— de esta hendija que le abre la imprevisión de la costumbres
criollas, la necesaria lentitud del acomodo social súbito entre amos y siervos,
y otorgue la equidad social, para que tenga este aliado menos la revolución...!
¡Ah, la revolución santa, la madre, la primera, la fundadora! Ella, por su
grandeza casi sobrehumana, arrancó al negro de mano de España, y lo declaró
hermano suyo en la libertad. Ella, por el miedo que inspira, compele hoy a
España a otorgar al cubano negro, en las costumbres, la equidad que ya ella en
la guerra le otorgó, y es consecuencia natural de su derecho humano, y social,
del hecho de su emancipación.
Pero el ardid de España
es vano. Todo hombre negro ha de saludar con gozo, y todo blanco que sea de
veras hombre, el reconocimiento de los derechos humanos en una sociedad que no
puede vivir en paz sino sobre la base de la sanción y práctica de esos
derechos. Aún pueden los cubanos sensatos, de uno u otro color, regocijarse de
la admisión igual de toda especie de cubano a los lugares públicos, como
merecida penitencia de los criollos incautos o ignorantes que persistiesen en
tener apartados de los goces de la libertad a los que se han mostrado iguales
en la capacidad de constituirla. Pero fuera de esto, todo cubano negro habrá
recibido como la ofensa que es, el móvil patente del gobierno de España para
intentar, en vísperas de una revolución por la libertad, el soborno de los
cubanos negros, y su servicio a la tiranía, su servicio contra la revolución,
en pago de los derechos a que sin la revolución no hubiera podido aspirar
jamás, en pago al trato social que jamás sería tan franco y hermoso hoy bajo la
bandera de España, como fue veinticinco años hace, en los campos
de Guáimaro. Allá, veinticinco años hace, es donde coincidió la equidad
social. Allá, veinticinco años hace, es donde se visitaron como hermanos,
blancos y negros. Allá, veinticinco años hace, es donde estudiaban en un mismo
banco Agramonte y Elpidio, Estrada Palma y Agustín. Allá,
veinticinco años hace, fue donde los negros sirvieron, por el mérito, a las
órdenes del blanco, y los blancos por el mérito, sirvieron a las órdenes del
negro.
Allá, veinticinco años
hace, concedió la revolución cubana al negro el paseo igual, el saludo igual,
la escuela igual. ¡España ha llegado muy tarde! Lo de España es veinticinco
años después. La revolución hizo todo eso antes. ¡Jamás se apartarán los brazos
blancos y negros, que se unieron allí! ¿Y cree el español astuto que por esta
imitación tardía de la justicia de la revolución, por este plato de lentejas
—de derechos que están hace veinticinco años por la revolución reconocidos— les
ha comprado a los cubanos negros la primogenitura de su honor? Se engaña
España. ¡El cubano negro no aspira a la libertad verdadera, a la felicidad y
cultura de los hombres, al trabajo dichoso en ¡ajusticia política, a la
independencia del hombre en la independencia de la patria, al acrecentamiento
de la libertad humana en la independencia, no aspira —decimos— a todo esto el
cubano negro como negro, sino como cubano! Para él se levanta el sol, como para
los demás hombres; en su mejilla siente él, como todo ser bueno, el bofetón que
recibe la mejilla humana; en su corazón lleva él, como todo hijo piadoso, la
memoria de los dolores y sacrificios que fundaron nuestra libertad; con sus
ojos de hombre ve él la degradación lastimosa y la miseria del pueblo en que ha
nacido, y en qué debe vivir; en su familia insegura y en su vida entera siente
él el oprobio y exterminio de la vida cubana. ¡Y cuando se levante en Cuba de
nuevo la bandera de la revolución, el cubano negro estará abrazado a la
bandera, como a una madre!
Patria
Nueva York, 2 de
enero de 1894
LECTURA N°4
"Nuestra América"
José Martí
Cree el
aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de
alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la
alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los
gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima,
ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido
engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos
no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de
almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que
vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.
No hay proa que taje una nube de ideas. Una
idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística
del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen
han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se
enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra,
o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de
modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal,
cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del
hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren
que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las
deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya
no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de
flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la
tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que
no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha
unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los
Andes.
A los sietemesinos sólo les faltará el valor.
Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta
el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el
brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de
París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de
esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son
parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni,
de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea
carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan
delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre
enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el
hombre?, ¿el que se queda con la madre, a curadle la enfermedad, o el que la
pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras
podridas, con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando
el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de
nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos
desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga
en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¡Estos delicados, que son hombres
y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta
tierra ¿ se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años
en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos "increíbles"
del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la
Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!
Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más
orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las
masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los
brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos,
jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y
compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal,
porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e
irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo
continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y
derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide
formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir
pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de
cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de
monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al
potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre
cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender
para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se
gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho
su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones
nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y
ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en
el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha
de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del
gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es
más que el equilibrio de los elementos naturales del país.
Por eso el libro importado ha sido vencido en
América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados
artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay
batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la
naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia
superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende
prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a
recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le
perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales
desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto
les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su
incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la
forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere
decir creador.
En pueblos compuestos de elementos cultos e
incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las
dudas con la mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La
masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere
que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna
ella. ¿Cómo han de salir de las Universidades los gobernantes, si no hay
Universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno,
que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A
adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y
aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría
de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El
premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor
estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la
cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores
reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages: porque el que pone de
lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la
verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta
sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil
que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y
fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la
administra en acuerdo con las necesidades patentes del país. Conocer es
resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único
modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la
universidad americana.
La historia de América, de los incas a acá,
ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia.
Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más
necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos.
Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de
nuestras Repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda
tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.
Con los pies en el rosario, la cabeza blanca
y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las
naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad.
Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república en
hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en
la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe
de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos
monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos
por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el
continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. Y
como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la
guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden;
como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que
dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o
ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la
cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que había izado,
en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos
de pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de
savia gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la
constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de
la República, o las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de
bota-de-potro, o los redentores bibliógenos no entendieron que la
revolución que triunfó con el alma de la tierra, desatada a la voz del
salvador, con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin
ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los
elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y
avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta
de realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres
siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón,
entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a
redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las
cosas de todos, y no la razón universitaria de uno sobre la razón campestre de
otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el
cambio de espíritu.
Con los oprimidos había que hacer causa
común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de
los opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la
presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye
venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Guando la presa despierta,
tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra
América se está salvando de sus grandes yerros—de la soberbia de las ciudades
capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación
excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la
raza aborigen,—por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la
república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol,
acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por
los ojos.
Pero "estos países se salvarán",
como anunció Rivadavia el argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos;
al machete no le va vaina de seda, ni en el país que se ganó con lanzón se
puede echar el lanzón atrás, porque se enoja, y se pone en la puerta del
Congreso de Iturbide "a que le hagan emperador al rubio".
Estos países se salvarán, porque, con el genio de la moderación que parece
imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y
por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de
tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo
a América, en estos tiempos reales, el hombre real.
Eramos una visión, con el pecho de
atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Eramos una
máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de
Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas
alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El
negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido,
entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de
indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su
criatura. Eramos charreteras y togas, en países que venían al mundo
con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio
hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de
los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir
haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se
alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y
el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al
Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza coronada de nubes. El pueblo
natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones
de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma
hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos.
Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la
razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de
las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se
empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se
saludan. "¿Cómo somos?" se preguntan; y unos a otros se van diciendo
cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no va a buscar la
solución a Danzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento
empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo,
hunden las manos en la masa y la levantan con la levadura de su sudor.
Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la
palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es
nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de
acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por
un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para
ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los
brazos a todos y adelanta con todos, muere la república. E1 tigre de
adentro se entra por la hendija, y el tigre de afuera. El general sujeta en la
marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los
infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los
pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un
solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los
brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar,
bullendo y rebotando por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los
ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres
nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la
Naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la
dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los
dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten
temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del
árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va
cargada de idea. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.
De todos sus peligros se va salvando América.
Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del
equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los
siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas,
ponen coche de viento y de cochero a una bomba de jabón; el lujo venenoso,
enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero.
Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el
carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca
que puede devorarlas.
Pero otro peligro corre, acaso, nuestra
América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e
intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se
le acerque demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que
la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí
propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles;
como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el
predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o el que pudieran
lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista y el
interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más
espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con
que se la pudiera encarar y desviarla; como su decoro de república pone a la
América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha
de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa, o la discordia
parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse
como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada
sólo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la
de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino
formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge,
porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca
pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en
ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las
manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él.
Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor.
Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les
azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.
No hay odio de razas, porque no hay razas.
Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las
razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano
en la justicia de la naturaleza, donde resalta, en el amor victorioso y el
apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y
eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la humanidad
el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el
amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos,
caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y
adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones
nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del
carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras
vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e
inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una
maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro
idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras
políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos
y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que,
con menos favor de la historia, suben a tramos heroicos la vía de las
repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede
resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión
tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la
generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres
sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo
del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente
y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva !
(La Revista Ilustrada de
Nueva York, 10 de enero de l891)
LECTURA N°5 (INCLUYE MI RAZA)
"Mente latina"
José Martí
Entre los
muchos libros que han venido a favorecer en lo que va de mes La América,
uno hay que regocija, y no es más que el catálogo de un colegio. No nos
place el catálogo porque nos dé asunto para huecas y fáciles celebraciones a
las conquistas nuevas, que con trabajos arduos se celebran mejor que con
palabras sin meollo, que de puro repetidas van quitando ya prestigio y energía
a las ideas que envuelven; sino porque en las páginas del pequeño libro resalta
gloriosa, en una prueba humilde y elocuente, la inteligencia latina.
No nos dio la Naturaleza en
vano las palmas para nuestros bosques, y Amazonas y Orinocos para regar
nuestras comarcas; de estos ríos la abundancia, y de aquellos palmares la
eminencia, tiene la mente hispanoamericana, por lo que conserva el indio,
cuerda; por lo que le viene de la tierra, fastuosa y volcánica; por lo que de
árabe le trajo el español, perezosa y artística. ¡Oh! El día en que empiece a
brillar, brillará cerca del Sol; el día en que demos por finada nuestra actual
existencia de aldea. Academias de indios; expediciones de cultivadores a los
países agrícolas; viajes periódicos y constantes con propósitos serios a las
tierras más adelantadas; ímpetu y ciencia en las siembras; oportuna
presentación de nuestros frutos a los pueblos extranjeros; copiosa red de vías
de conducción dentro de cada país, y de cada país a otros; absoluta e
indispensable consagración del respeto al pensamiento ajeno; he ahí lo que
ya viene, aunque en algunas tierras sólo se ve de lejos; he ahí puesto ya en
forma el espíritu nuevo.
Bríos no nos faltan. Véase
el catálogo del colegio. Es un colegio norteamericano, donde apenas una sexta
parte de los educandos es de raza española. Pero en premios no: allí la parte crece,
y si por cada alumno hispanoparlante hay seis que hablan inglés, por cada seis
americanos del Norte premiados hay otros seis americanos del Sud. En esa
mera lista de clases y nombres, por la que el ojo vulgar pasa con
descuido, La América dilata sus miradas. En esta inmensa suma
de analogías que componen el sistema universal, en cada hecho pequeño está un
resumen, ya futuro o pasado; un hecho grande.
¿No ha de ponernos alegres
ver que donde entra a lidiar un niño de nuestras tierras, pobre de carnes y de
sangre acuosa, contra carnudos y sanguíneos rivales, vence? En este
colegio de que hablamos, apenas van los alumnos de raza española a más clases
que a las de las elementales y a las de comercio. Pues en el elenco de las
clases de comercio, de cada tres alumnos favorecidos dos son de nuestras
tierras. El mejor tenedor de libros es un Vicente de la Hoz. El que más supo de
leyes comerciales es un Esteban Viña. El que acaparó todos los premios de su
clase, sin dejar migaja para los formidables yanquizuelos, es un Luciano
Malabet; ¡y los tres premios de composición en inglés no son para un Smith, un
O'Brien y un Sullivan, sino para un Guzmán, un Arellano y un Villa!
¡Oh! ¡si a estas
inteligencias nuestras se las pusiese a nivel de su tiempo; si no se las educase
para golillas y doctos de birrete de los tiempos de audiencias y gobernadores;
si no se les dejase, en su anhelo de saber, nutrirse de vaga y galvánica
literatura de pueblos extranjeros medio muertos; si se hiciese el consorcio
venturoso de la inteligencia que ha de aplicarse a un país y el país a que ha
de aplicarse; si se preparase a los sudamericanos, no para vivir en Francia,
cuando no son franceses, ni en los Estados Unidos, que es la más fecunda de
estas modas malas, cuando no son norteamericanos, ni en los tiempos coloniales,
cuando están viviendo ya fuera de la colonia, en competencia con pueblos
activos, creadores, vivos, libres, sino para vivir en la América del Sur! . . .
Mata a su hijo en la América del Sur el que le da mera educación universitaria.
Se abren campañas por la
libertad política; debieran abrirse con mayor vigor por la libertad espiritual;
por la acomodación del hombre a la tierra en que ha de vivir.
La América, Nueva
York, noviembre de 1884. Reproducido en Obras completas. Volumen
VI. La Habana: Editorial Nacional de Cuba, 1963. 24-26. [Versión digital
preparada por Marina Herbst.]
"Mi raza"
José Martí
Esa de
racista está siendo una palabra confusa y hay que ponerla en claro. E1 hombre
no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza o a otra: dígase
hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior
ni superior a ningún otro hombre; peca por redundante el blanco que dice:
"Mi raza"; peca por redundante el negro que dice: "Mi
raza". Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o
acorrala es un pecado contra la humanidad. ¿A qué blanco sensato le ocurre
envanecerse de ser blanco, y qué piensan los negros del blanco que se envanece
de serlo y cree que tiene derechos especiales por serlo? ¿Qué han de pensar los
blancos del negro que se envanece de su color? Insistir en las divisiones de
raza, en las diferencias de raza, de un pueblo naturalmente dividido, es
dificultar la ventura pública y la individual, que están en el mayor
acercamiento de los factores que han de vivir en común. Si se dice que en el
negro no hay culpa aborigen ni virus que lo inhabilite para desenvolver toda su
alma de hombre, se dice la verdad, y ha de decirse y demostrarse, porque la
injusticia de este mundo es mucha, y es mucha la ignorancia que pasa por
sabiduría, y aún hay quien crea de buena fe al negro incapaz de la inteligencia
y corazón del blanco; y si a esa defensa de la naturaleza se la llama racismo,
no importa que se la llame así, porque no es más que decoro natural y voz que
clama del pecho del hombre por la paz y la vida del país. Si se aleja de la
condición de esclavitud, no acusa inferioridad la raza esclava, puesto que los
galos blancos, de ojos azules y cabellos de oro, se vendieron como siervos, con
la argolla al cuello, en los mercados de Roma; eso es racismo bueno, porque es
pura justicia y ayuda a quitar prejuicios al blanco ignorante. Pero ahí acaba
el racismo justo, que es el derecho del negro a mantener y a probar que su
color no le priva de ninguna de las capacidades y derechos de la especie
humana.
El racista blanco, que le
cree a su raza derechos superiores, ¿qué derechos tiene para quejarse del
racista negro que también le vea especialidad a su raza? El racista negro, que
ve en la raza un carácter especial, ¿qué derecho tiene para quejarse del
racista blanco? El hombre blanco que, por razón de su raza, se cree superior al
hombre negro, admite la idea de la raza y autoriza y provoca al racista negro.
El hombre negro que proclama su raza, cuando lo que acaso proclama únicamente
en esta forma errónea es la identidad espiritual de todas las razas, autoriza y
provoca al racista blanco. La paz pide los derechos comunes de la naturaleza;
los derechos diferenciales, contrarios a la naturaleza, son enemigos de la paz.
El blanco que se aísla, aísla al negro. El negro que se aísla, provoca a
aislarse al blanco.
En Cuba no hay temor a la
guerra de razas. Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. En
los campos de batalla murieron por Cuba, han subido juntas por los aires, las
almas de los blancos y de los negros. En la vida diaria de defensa, de lealtad,
de hermandad, de astucia, al lado de cada blanco hubo siempre un negro. Los
negros, como los blancos, se dividen por sus caracteres, tímidos o valerosos,
abnegados o egoístas, en los partidos diversos en que se agrupan los hombres.
Los partidos políticos son agregados de preocupaciones, de aspiraciones, de
intereses y de caracteres. Lo semejante esencial se busca y halla por sobre las
diferencias de detalle; y lo fundamental de los caracteres análogos se funde en
los partidos, aunque en lo incidental o en lo postergable al móvil común
difieran. Pero en suma, la semejanza de los caracteres, superior como factor de
unión a las relaciones internas de un color de hombres graduado y en su grado a
veces opuesto, decide e impera en la formación de los partidos. La afinidad de
los caracteres es más poderosa entre los hombres que la afinidad del color. Los
negros, distribuidos en las especialidades diversas u hostiles del espíritu
humano, jamás se podrán ligar, ni desearán ligarse, contra el blanco,
distribuido en las mismas especialidades. Los negros están demasiado cansados
de la esclavitud para entrar voluntariamente en la esclavitud del color. Los
hombres de pompa e interés se irán de un lado, blancos o negros; y los hombres
generosos y desinteresados se irán de otro. Los hombres verdaderos, negros o
blancos, se tratarán con lealtad y ternura, por el gusto del mérito y el
orgullo de todo lo que honre la tierra en que nacimos, negro o blanco. La
palabra racista caerá de los labios de los negros que la usan hoy de buena fe,
cuando entiendan que ella es el único argumento de apariencia válida y de
validez en hombres sinceros y asustadizos, para negar al negro la plenitud de
sus derechos de hombre. Dos racistas serían igualmente culpables: el racista
blanco y el racista negro. Muchos blancos se han olvidado ya de su color, y
muchos negros. Juntos trabajan, blancos y negros, por el cultivo de la mente,
por la propagación de la virtud, por el triunfo del trabajo creador y de la
caridad sublime.
En Cuba no hay nunca guerra
de razas. La República no se puede volver atrás; y la República, desde el día
único de redención del negro en Cuba, desde la primera constitución de la
independencia el 10 de abril en Guáimaro, no habló nunca de blancos ni de
negros. Los derechos públicos, concedidos ya de pura astucia por el Gobierno
español e iniciados en las costumbres antes de la independencia de la Isla, no
podrán ya ser negados, ni por el español que los mantendrá mientras aliente en
Cuba para seguir dividiendo al cubano negro del cubano blanco, ni por la
independencia. que no podría negar en la libertad los derechos que el español
reconoció en la servidumbre.
Y en lo demás, cada cual
será libre en lo sagrado de la casa. El mérito, la prueba patente y continua de
cultura y el comercio inexorable acabarán de unir a los hombres. En Cuba hay
mucha grandeza en negros y blancos.
(Patria, New York,
16 de abril de 1893)
LECTURA N°6
RUBÉN DARÍO
"El triunfo de Calibán" (1)
No,
no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son
enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros. Así
se estremece hoy todo noble corazón, así protesta todo digno hombre que algo
conserve de la leche de la Loba (2). Y los he visto a esos yankees, en sus
abrumadoras ciudades de hierro y piedra y las horas que entre ellos he vivido
las he pasado con una vaga angustia. Parecíame sentir la opresión de una
montaña, sentía respirar en un país de cíclopes, comedores de carne cruda,
herreros bestiales, habitadores de casas de mastodontes. Colorados, pesados,
groseros, van por sus calles empujándose y rozándose animalmente, a la caza del
dollar. El ideal de esos calibanes está circunscrito a la bolsa y a la fábrica.
Comen, comen, calculan, beben whisky y hacen millones. Cantan ¡Home, sweet
home! y su hogar es una cuenta corriente, un banjo, un negro y una pipa.
Enemigos de toda idealidad, son en su progreso apoplético, perpetuos espejos de
aumento; pero su Emerson bien calificado está como luna de Carlyle; su Whitman
con sus versículos a hacha, es un profeta demócrata, al uso del Tío Sam; y su
Poe (3), su gran Poe, pobre cisne borracho de pena y de alcohol, fue el mártir
de su sueño en un país en donde jamás será comprendido. En cuanto a Lanier (4),
se salva de ser un poeta para pastores protestantes y para bucaneros y cowboys,
por la gota latina que brilla en su nombre.
"¡Tenemos
-- dicen -- todas las cosas más grandes del mundo!" En efecto, estamos
allí en el país de Brobdingnag (5): tienen el Niágara, el puente de Brooklyn,
la estatua de la Libertad, los cubos de veinte pisos, el cañón de dinamita,
Vanderbilt, Gould (6), sus diarios y sus patas. Nos miran, desde la torre de
sus hombros, a los que no nos ingurgitamos de bifes y no decimos all right,
como a seres inferiores. París es el guignol (7) de esos enormes niños
salvajes. Allá van a divertirse y a dejar los cheques; pues entre ellos, la
alegría misma es dura y la hembra, aunque bellísima, de goma elástica. Miman al
inglés -- but English you know? -- como el parvenu (8) al caballero de
distinción gentilicia. Tienen templos para todos los dioses y no creen en
ninguno; sus grandes hombres como no ser Edison, se llaman Lynch, Monroe, y ese
Grant cuya figura podéis confrontar en Hugo, en El año terrible (9). En el
arte, en la ciencia, todo lo imitan y lo contrahacen, los estupendos gorilas
colorados. Mas todas las rachas de los siglos no podrán pulir la enorme Bestia.
No,
no puedo estar de parte de ellos, no puedo estar por el triunfo de Calibán. Por
eso mi alma se llenó de alegría la otra noche, cuando tres hombres
representativos de nuestra raza fueron a protestar en una fiesta solemne y
simpática, por la agresión del yankee contra la hidalga y hoy agobiada España. El
uno era Roque Saenz Peña, el argentino cuya voz en el Congreso panamericano
opuso al slang fanfarrón de Monroe una alta fórmula de grandeza continental
(10), y demostró en su propia casa al piel roja que hay quienes velan en
nuestras repúblicas por la asechanza de la boca del bárbaro. Saenz Peña habló
conmovido en esta noche de España, y no se podía menos que evocar sus triunfos
de Washington. ¡Así debe haber sorprendido al Blaine (11) de las engañifas, con
su noble elocuencia, al Blaine y todos sus algodoneros, tocineros y
locomoteros!
En
este discurso de la fiesta de La Victoria (12) el estadista volvió a surgir
junto con el varón cordial. Habló repitiendo lo que siempre ha sustentado, sus
ideas sobre el peligro que entrañan esas mandíbulas de boa todavía abiertas
tras la tragada de Tejas; la codicia del anglosajón, el apetito yankee
demostrado, la infamia política del gobierno del Norte; lo útil, lo necesario
que es para las nacionalidades españolas de América estar a la expectativa de un
estiramiento del constrictor. Sólo una alma ha sido tan previsora sobre este
concepto, tan previsora y persistente como la de Saenz Peña: y esa fue --
¡curiosa ironía del tiempo! -- la del padre de Cuba libre, la de José Martí.
Martí no cesó nunca de predicar a las naciones de su sangre que tuviesen
cuidado con aquellos hombres de rapiña, que no mirasen en esos acercamientos y
cosas panamericanas, sino la añagaza y la trampa de los comerciantes de la
yankería. ¿Qué diría hoy el cubano al ver que so color de ayuda para la ansiada
Perla, el monstruo se la traga con ostra y todo?
En
el discurso de que trato he dicho que el estadista iba del brazo con el hombre
cordial. Que lo es Saenz Peña lo dice su vida. Tal debía aparecer en defensa de
la más noble de las naciones, caída al bote de esos yangüeses, en defensa del
desarmado caballero que acepta el duelo con el Goliat dinamitero y mecánico. En
nombre de Francia, Paul Groussac. Un reconfortante espectáculo el ver a ese
hombre eminente y solitario, salir de su gruta de libros (13), del aislamiento
estudioso en que vive, para protestar también por la injusticia y el material
triunfo de la fuerza. No es orador el maestro, pero su lectura concurrió y
entusiasmó, sobre todo al elemento intelectual de la concurrencia. Su discurso,
de un alto decoro literario como todo lo suyo, era el arte vigoroso y noble
ayudando a la justicia. Y [ha] de oírse decir: "¿Qué? ¿Es éste el hombre
que devora vivas las gentes? ¿Este es el descuartizador? ¿Es éste el
condestable de la crueldad?"
Los
que habéis leído su última obra (14), concentrada, metálica, maciza, en que
juzga al yankee, su cultura adventicia, su civilización, sus instintos, sus
tendencias y su peligro, no os sorprenderíais al escucharle en esa hora en que
habló después de oírse la Marsellesa. Sí, Francia debía de estar de parte de
España. La vibrante alondra gala no podía sino maldecir el hacha que ataca una
de las más ilustres cepas de la vena latina. Y al grito de Groussac emocionado:
"¡Viva España con honra!" nunca brotó mejor de pechos españoles esta
única respuesta: "¡Viva Francia!" Por Italia el señor Tarnassi. En
una música manzoniana, entusiasta, ferviente, italiana, expresó el voto de la
sangre del Lacio; habló en él la vieja madre Roma, clarineó guerreramente, con
bravura, sus decasílabos. Y la gran concurrencia se sintió sacudida por tan
llameante "squillo di tromba (15)".
Pues
bien; todos los que escuchamos a esos tres hombres, representantes de tres
grandes naciones de raza latina, todos pensamos y sentimos cuán justo era ese
desahogo, cuán necesaria esa actitud y vimos palpable la urgencia de trabajar y
luchar porque la Unión latina no siga siendo una fatamorgana (16) del reino de
Utopía, pues los pueblos, sobre las políticas y los intereses de otra especie,
sienten, llegado el instante preciso, la oleada de la sangre y la oleada del
común espíritu. ¿No veis como el inglés se regocija con el triunfo del
norteamericano, guardando en la caja del Banco de Inglaterra, los antiguos
rencores, el recuerdo de las bregas pasadas? ¿No veis como el yankee, demócrata
y plebeyo, lanza sus tres ¡hurras¡ y canta el God save the Queen, cuando pasa
cercano un barco que lleve al viento la bandera del inglés? Y piensan juntos:
"El día llegará en que, los Estados Unidos e Inglaterra sean dueños del
mundo." De tal manera la raza nuestra debiera unirse, como se une en alma
y corazón, en instantes atribulados; somos la raza sentimental, pero hemos sido
también dueños de la fuerza. El sol no nos ha abandonado y el renacimiento es
propio de nuestro árbol secular.
Desde
Méjico hasta la Tierra del Fuego hay un inmenso continente en donde la antigua
semilla se fecunda, y prepara en la savia vital, la futura grandeza de nuestra
raza; de Europa, del universo, nos llega un vasto soplo cosmopolita que ayudará
a vigorizar la selva propia. Mas he ahí que del Norte, parten tentáculos de
ferrocarriles, brazos de hierro, bocas absorbentes. Esas pobres repúblicas de
la América Central ya no será con el bucanero Walker con quien tendrán que
luchar, sino con los canalizadores
yankees de Nicaragua; Méjico está ojo atento, y siente todavía el dolor de la
mutilación; Colombia tiene su istmo trufado de hulla y fierro norteamericano;
Venezuela se deja fascinar por la doctrina de Monroe y lo sucedido en la pasada
emergencia con Inglaterra, sin fijarse en que con doctrina de Monroe y todo,
los yankees permitieron que los soldados de la reina Victoria ocupasen el
puerto nicaragüense de Corinto; en el Perú hay manifestaciones simpáticas por
el triunfo de los Estados Unidos; y el Brasil, penoso es observarlo, ha
demostrado más que visible interés en juegos de daca y toma con el Uncle Sam. Cuando
lo porvenir peligroso es indicado por pensadores dirigentes, y cuando a la
vista está la gula del Norte, no queda sino preparar la defensa.
Pero
hay quienes me digan: "¿No ve usted que son los más fuertes? ¿No sabe
usted que por ley fatal hemos de perecer tragados o aplastados por el coloso?
¿No reconoce usted su superioridad?" Sí, ¿cómo no voy a ver el monte que
forma el lomo del mamut? Pero ante Darwin y Spencer no voy a poner la cabeza
sobre la piedra para que me aplaste el cráneo la gran Bestia. Behemot (17) es
gigantesco; pero no he de sacrificarme por mi propia voluntad bajo sus patas, y
si me logra atrapar, al menos mi lengua ha de concluir de dar su maldición
última, con el último aliento de vida. Y yo que he sido partidario de Cuba
libre, siquier fuese por acompañar en su sueño a tanto soñador y en su heroísmo
a tanto mártir, soy amigo de España en el instante en que la miro agredida por
un enemigo brutal, que lleva como enseña la violencia, la fuerza y la
injusticia.
"Y
usted ¿no ha atacado siempre a España?" Jamás. España no es el fanático
curial, ni el pedantón, ni el dómine infeliz, desdeñoso de la América que no
conoce; la España que yo defiendo se llama Hidalguía, Ideal, Nobleza; se llama
Cervantes, Quevedo, Góngora, Gracián, Velázquez; se llama el Cid, Loyola,
Isabel; se llama la Hija de Roma, la Hermana de Francia, la Madre de América. ¡Miranda
preferirá siempre a Ariel; Miranda es la gracia del espíritu; y todas las
montañas de piedras, de hierros, de oros y de tocinos, no bastarán para que mi
alma latina se prostituya a Calibán!
Carlos
Jáuregui. "Calibán: icono del 98. A propósito de un artículo de Rubén
Darío" y "El triunfo de Calibán" (Edicion y notas). Balance de
un siglo (1898-1998). Número Especial, Coordinación de Aníbal González. Revista
Iberoamericana 184-185 (1998): 441-455.]
Edición
y notas de Carlos Jáuregui
University
of Pittsburgh
Notas
El
Tiempo, Buenos Aires, 20 de mayo de 1898. El artículo también se publicó con el
encabezado "Rubén Darío combatiente" en El Cojo Ilustrado de Caracas
(1 de octubre de 1898) cuya copia, en comparación con el texto de El Tiempo,
reproducido en Escritos inéditos (1938) y el publicado en El Modernismo visto
por los modernistas (1980), sirvió para efectos de esta edición. He modernizado
la ortografía y corregido algunos errores de las ediciones de Mapes y de Gullón
que el lector que quiera comparar los tres trabajos advertirá.
El
uso de las mayúsculas se reprodujo en los casos en que parecía significativo.
Sobre el discurso de la latinidad ver nota número 15 en la introducción.
En
Los raros (1894-96) ya había anticipado a Calibán. Ver introducción.
Sidney
Clopton Lanier (1842-1881), poeta de Georgia, inspirado en Byron, Tennyson y
los románticos que condenaba, desde sus sentimientos ético-religiosos, los
males que el espíritu comercial traía a la sociedad.
País
de gigantes en Gulliver's Travels de Jonathan Swift (1726). Comparación que
también usa Groussac: "Estamos como Gulliver en el reino de
Brobdingnag" (Del Plata al Niágara 337). En el texto de El Cojo Ilustrado
aparece la errata "Dorbdinac".
Se
refiere al magnate de ferrocarriles y especulador Jay Gould (1836-1892) que
causó el "Black Friday" (Septiembre 24, 1869) con sus maniobras con
el precio del oro, y a quien Martí criticara agriamente como "gran
monopolizador. . . sobre la espalda del trabajador" y "millonario duro
y desdeñoso" (10: 84-86; 423).
Guignol
es el nombre de una marioneta francesa creada en Lyon a finales del siglo XVII;
para la época en que Darío escribe guignol era el nombre que se le daba a los
cabarets que presentaban shows decadentes y en este sentido parece usarse en el
texto. A partir 1897 vino a nombrar el teatro del horror con efectos o trucos
especiales. Resulta poco probable, aunque no imposible, que Darío ya estuviera
al tanto del éxito de este teatro.
Parvenu
significa "advenedizo." Es paradójico que Darío critique este
deslumbramiento norteamericano con los ingleses y para hacerlo use una palabra
en francés.
L'année
terrible (1872) de Víctor Hugo. En "A Roosevelt" (1905) repite la
idea: "Ya Hugo a Grant lo dijo: Las estrellas son vuestras." Hugo
había atacado a Grant en varios artículos. Gullón corrige el texto como:
"en el niño terrible" (405).
Roque
Saenz Peña (1851-1914), presidente de la Argentina (1910-1914). Contradictor de
Blaine durante la Conferencia internacional americana (1890), donde opuso a la
doctrina Monroe y su slogan "América para los americanos," la
fórmula: "Sea la América para la humanidad" (Martí 6: 81; Arellano
84).
James
G. Blaine (1830-1893) empresario de ferrocarriles y candidato presidencial por
el partido Republicano en 1884; sirvió como Secretario de Estado durante las
administraciones de Garfield (1881-1883) y Harrison (1889-1893) en las que fue
portavoz de los intereses norteamericanos para Latinoamérica y cabeza visible
de la ingerencia política y económica de los Estados Unidos en el área bajo la
política del "Pan-Americanism." Las opiniones de Darío estaban
influenciadas por Martí quien veía en Blaine encarnada la codicia imperialista
de los magnates republicanos. De Blaine decía el cubano "A su país si lo
tuviera en las manos, le pondría buques por espuelas y un ejército por caballo,
y lo echaría en son de conquista por todos los ámbitos de la tierra," . .
. "Blaine que no habla de poner en orden su casa sino de entrarse por las
ajenas so pretexto de tratados de comercio y paz" (10: 53, 199).
El
2 de mayo de 1898, bajo el patrocinio del Club español de Buenos Aires,
Groussac, Tarnassi y Saenz-Peña pronunciaron sus conferencias a propósito de la
guerra entre EE.UU. y España, en el teatro La Victoria.
Era
director de la Biblioteca Nacional.
Se
refiere a De la Plata al Niágara (1897).
Toque
de trompeta.
Fatamorgana:
espejismo que se veía en el estrecho de Mesina y se atribuía a Morgana hermana
del rey Arturo.
Animal
monstruoso descrito por Job (40:15-24).